Los reinos nepalíes, el sarao familiar de los Rana, y la elección de la diosa viviente de Basantapur.
En esta ocasión creo que, aunque sea un poco farragoso, se hace necesario arremeter con un poquito de historia local. Tomémonos el asunto como el enlosado forzoso sobre el que después asentar el resto de vivencias. Lo hago así, ya que, de otro modo, tal vez fuera menos comprensible lo narrado. Hagamos, pues, juntos, este esfuerzo, que prometo liviano -en lo posible-.

Ya por el año 563 a.C. los Kirati eran príncipes y reyes en Nepal. Las crónicas de Oriente nos informan de que un tal Asoka, allá por el siglo I, mandaba en todo el territorio, que además incluía el norte de la India. Para más precisar, los príncipes budistas, que eran los mandamases, fueron desplazados por señores feudales hindúes en los albores de los años 200. Así, una sucesión de dinastías se fueron, como en una cicatera carrera de relevos, arrancando el testigo del caudillaje por la expeditiva fuerza del mandoble y las armas, que siempre ha resultado ser enormemente persuasiva. Los Licchavi fueron atropellados por los Thakuri y estos por los Malla; llegando así hasta el siglo XVIII. Después los que arrollaron fueron los Shah.
En 1814 los ingleses, como ha sido siempre su costumbre, habían metido sus narices (mejor dicho, sus manos) en numerosas bolsas nacionales de aquellas latitudes. Lo habían hecho a través de un invento que habían titulado “Compañía Británica de la Indias Orientales”, a la que la reina Isabel I había dado todas sus bendiciones, sus ósculos reales y hasta sus aspergeos con el agua bendita de la insaciable codicia imperial. La citada Compañía, de carácter mercantil en sus castas esencias, pronto se convirtió en “el perejil de todos los guisados”, vamos: en la “mezucona” de todos los gobiernos; tanto de los que aceptaban “sus consejos” como de los que no. La fuerza es la fuerza; así ha sido siempre y así seguirá siendo -me temo-. La componenda desembocó en la guerra Anglo-nepalesa que duró un par de años, y en la que una vez más murieron los de siempre: “los pringaos”; chusma de bulto y de vanguardia.
A los Shah les “arrempujaron” los Rana. Y digo “arrempujar” porque los Rana no llegaron al poder saltando o croando alegremente como hacen los batracios que ostentan ese nombre, sino mediante el asesinato de varios cientos -remarco cientos. Allí todo es nutrido y abundante- de príncipes y gerifaltes variados y surtidos. A esto se llamó, como no podía ser de modo diferente, “La gran masacre de Kot”. Este degolladero y despilfarro humano tuvo lugar en Kathmandú. De semejante modo, los Rana se sentaron a horcajadas en el trono real y ejercieron el mando como primeros ministros, pero, eso sí, de forma y cuño hereditario, y con la asistencia de un seudo-sistema democrático con un partido único. Este jolgorio duró hasta que al rey Majendra se le hincharon las narices por tanta participación y tanto aperturismo. Entonces dio un mamirotazo sonoro (o sea, un buen puñetazo) encima de la mesa, y se cargo el vil experimento, estableciéndose como impúdico dictador sin más gaitas a las que templar ni más partido político que le hicieran “la cusca”. A esto lo llamó sistema Panchayat. Que no quiero saber ni lo que significa.
Luego le sucedió su hijo Birendra que siguió los pasos de su papi, hasta que el Movimiento Popular Democrático le forzó a aceptar ciertas mudanzas. Así, en 1991 se celebraron las primeras elecciones democráticas en casi 50 años. El Partido Comunista de Nepal y el Partido del Congreso Nepalés obtuvieron la mayoría de los votos. Pese a todo, fueron incapaces de perpetuarse en gobiernos medianamente útiles y estables. Ojo avizor, los comunistas iniciaron una insurrección armada para implantar un régimen de aires maoístas. La guerra civil terminó en 2006. Como aquel que dice, anteayer.
Pero, mientras sucedía todo esto, llovía también sobre mojado y de lo lindo dentro del clan imperial. Narraremos los hechos que me he permitido titular el sarao familiar de los Rana, y que hay que intercalar situándolos en el año 2001, después del pronunciamiento democrático que hemos referido y mientras unos y otros andaban a tiros y estacazos con los rebeldes maoístas descarriados.
Helos aquí, y culebrón habemus.
Un día de junio de 2001, el príncipe heredero Dipendra, de veintidós añitos, tras volver de una ronda nocturna la preparó bien parda. -Vaya usted a saber con qué compañías díscolas o obnubilantes, o atiborrándose de qué licores o brebajes malsanos, estuvo el pobre hijo-. El caso es que el muchacho se echó a la cara un real mosquetón y descerrajó, a diestro y a siniestro, una mansalva de tiros en su casa, donde estaba la familia gastronómicamente reunida. Así se cargó y mandó al otro barrio a su papá, el rey Birendra, a su mamá, la reina Aishwariaen y a siete más de la familia estratégicamente escogidos. También dejó heridos a otros cuatro. Luego se trató de suicidar. Quedó en coma, le nombraron rey estando moribundo en la cama del hospital, pero unos días después las espichó; no superó el trance. No obstante, esta sospechosa y cerril investidura del tierno parricida en artículo mortis, le supuso un apedreamiento curioso y popular al Primer Ministro, Girija Prasad Koirala, que lo dejó baldado física y emocionalmente.
Dijeron que el mozalbete la emprendió con su real familia porque estos se oponían a que se desposara con una tal Devyani, una preciosa “barbie” de 22 abriles, que a los papá no les hacía gracia, y a él -al parecer- mucho, mucho tilín u otras cosas que lo encandilaban. Después se supo que al señor rey no es que no le gustara la doncella, sino que unos augures bocazas y metepatas le habían convencido de que, si su vástago se casaba o tenía hijos antes de cumplir los 35 años, él moriría de un misterioso torzón inespecífico. Como se puede ver, una vez más, los videntes y los adivinos dieron en la diana, pero de la autentica pifia. Como para fiarse de los nigromantes, augures o profetas que te echan las cartas por la tele en las madrugadas.
El país entero sospecha que fue el tito Gyanendra, hermano del difunto rey, quien trenzó la urdimbre. Pues, tras el regicidio y la magna y luctuosa tragedia, él fue quien se arrepanchigó en el lustroso trono. Y allí estaba hasta que en 2005 disolvió el gobierno por las buenas. Todos los partidos se le echaron encima. Y en 2006 se estableció una República Federal Democrática y se envió al cuarto de las escobas al rey y a su familia. Desde entonces pintan más bien bastante poco, o, mejor dicho, nada.
A los que no creemos mucho en dioses variopintos, si además nos hablan de dioses antropomorfos nos da ya un repelús. Pero si nos dicen que estos son vivientes, coetáneos y niños, entonces se nos revuelven los bandujos, se nos altera el pulso y hasta se nos rebota el hígado inundándosenos todo con los jugos biliares. Pues bien, en Kathmandú mora y se venera a la Kumari, una de las dos diosas vivientes del hinduismo nepalí; la otra está en Patán. Cada población presenta a la suya, como es lógico, como auténtica y mucho más divina, a la vez que ignora a la otra. Pero a la que visita el rey una vez al año es a la de Kathmandú. Y, sin tomar partido, uno supone que debe ser por algo (los reyes saben mucho, suelen estar tocados con el don de la omnisciencia). Se trata de una niña, de la casta Shakya, a la que las autoridades eclesiásticas (ahora ya también meten la mano los impíos maoístas) eligen teniendo una edad cercana a los 5 veranos. El proceso es minucioso, pues ha de reunir los 32 atributos de perfección y belleza que están estipulados desde el siglo XVIII. Dentro de la párvula habitará temporalmente la diosa Taleju, transcripción nepalí de la divina Durga. Vamos; que es como una caja en la que la autentica divinidad se asienta y recluye por un tiempo. Aclaran que hasta que la niña sangre de algún modo o tenga su primera menstruación. En ese momento o circunstancia es en el que la diosa, al parecer, sale de ella despavorida, para que se le busque un nuevo asiento más virginal y puro. Entonces la kumari perderá su status y tendrá que ingeniárselas para formar familia ya como mujer civil con pie en tierra, cosa que no le será fácil pese a sus notables atributos de perfección y belleza. La causa es que corre la leyenda de un futuro alarmante para el osado varón que la despose. Debe ser que la divinidad inquilina no deja del todo libre y desocupada la vivienda cuando se traslada a otra niña impúber.
Pues bien, tras el ojeo, las mediciones y el manoseo preceptivo, pues, entre otras cosas, no puede tener rasguño alguno que pueda hacer suponer que ha vertido ni una pizca de plasma, viene la prueba concluyente. A las que han pasado los diferentes tragos anteriores, se las encierra durante una noche, solas, en una estancia repleta de cabezas de búfalos degollados (lo cabal es que sean 108 reses) y entre velas que aumenten la terrible amenaza de las sombras. Por si esto fuera poco, se la amedrenta utilizando sayos terribles y máscaras pavorosas. Si “el angelito” aguanta el trance tortuoso y su carta astral está certificada con los buenos auspicios, se la proclama Kumari, y se la traslada al Kumari Ghar, un palacio destinado a ella en Basantapur, la plaza principal del conjunto histórico de Kathmandú. Allí estará recluida sin salir nada más que los días señalados por aquellas fiestas que se lo permiten, tales como el día de Indra Jatra, la jornada de su exaltación popular. El asunto de esta divinización viene, al parecer, del siglo XVIII, cuando un reyecito de la dinastía Malla, de nombre Jaya Prakash, aficionado a las niñas, se propasó tanto con una de ellas que le causó la muerte. Aquí la maldad y la sordidez, una vez más, se edulcora y se revierte en otra cosa. Aquí las autoridades eclesiásticas, una vez más, se apresuran a santificar el despropósito y a integrarlo en sus propios retablos y panoplias sagradas. (A que nos suena esto). Dicen que el pederasta, arrepentido, instituyó todo este sarao, que el pueblo llano aceptó sumiso y muy piadoso, y que el susodicho mastuerzo subvencionó con largueza y con mimo. Dicen que por arrepentimiento, claro está. Aunque a lo mejor fue para seguir teniendo a su disposición carne núbil y fresca (Perdón si me he pasado, pero el caso me concita las iras aunque sean verbales.)
Como la cosa no podía presentarse ante el pueblo y ante la historia con la crudeza de lo ya contado confeccionaron con hilos sacrosantos una explicación mística, o lo que es igual: un cuento inverosímil. Así, la diosa Taleju, de singular belleza -claro está-, venía cada noche a recrearse ingenuamente con el cuitado rey mediante el púdico juego de los dados y a darle, a la vez, amable y solaz conversación. Un día el monarca, cansado de tanta cháchara dúctil y tanto cubilete inútil, intentó pasarse a “mayores” (todos ya me entendéis). La divinidad, bisoña y profundamente ofendida, por tamaña osadía, haciendo uso de sus poderes de mágica transmigración, se las piró ipso facto y muy ruborizada. Pero como aún tenía algo importante que decir al salido soberano, decidió volver en el cuerpo de una niña con las características que ya conocemos: bella, perfecta, tierna, virgen e inocente. Eso es, lo más propio y adecuado para reconvenir a un lascivo “imperator”. Como se ve, la diosa tenía un tacto exquisito. Como se ve, todo sencillito para que lo creamos.
Contado todo esto, sólo me resta anunciaros que en la próxima entrega, libre ya de leyendas, crónicas y argumentos, me dedicaré sólo a intentar trasmitir las mil sensaciones recibidas en el recorrido por la plaza Basantapur y lo sentido y visto en el festival Indra Jatra, que se celebra cada año en el mes de septiembre en honor de la diosa Kumari y en la visita al palacio donde mora o está recluida (según se mire). Lo que tuve la suerte de presenciar y vivir inmerso entre el gentío.
Disculpas, una vez más, por tanta “historia” o tanto “peñazo”.
J.Y.


Escrito por Maisa, desde Argentina, en Facebook
ResponderEliminarMaria Isabel Lopez como siempre, tan ameno el relato y recomendable su lectura. Con datos totalmente desconocidos por estas latitudes y como suele pasar.. la realidad tiene a veces historias que hasta para culebrones parecen incribles!
Hermoso, muy hermoso es conocer de los paises que se visitan, sus costumbres, su historia...este relato es una descripción perfecta de la historia de esos lugares que has hollado, nos hará más fácil el próximo relato. Creo que es la salsa propia de un libro de viajes. Hermoso el artículo a la vez que entretenido.
ResponderEliminarGracias, Nacho. Como siempre tan considerado. Un abrazo. Javier
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