sábado, 30 de abril de 2011

(30) DESDE DON CARNAL A DOÑA CUARESMA Y DESPUÉS AL "PADRE PUTAS".



También el disfrazarse puede ser considerado un derecho cuasi de Carta Magna.





Aunque parezca solemne broma o malsana mentira, hubo un tiempo en el que aquí los Carnavales estaban rigurosamente prohibidos. ¿Verdad que resulta necesario hacer todo un acto de fe para creer asunto semejante? Pues sí. Eran tiempos de oscurantismo, de Hispania profunda, de desatino renegrido. Eran aquellos días en los que nuestras férvidas autoridades confundían “el culo con las témporas”; o dicho de otra manera que no entrañe irreverencia religiosa alguna: se mezclaba “la gimnasia con la magnesia”. (Así queda más suave). O sea, eran los días en que se combinaban altanerismos patriotismos y fe inveterada. Y ese cóctel, destinado a provocar pleitesía y modorra, se administraba, cual vomitiva pócima, a todo un pueblo dócil. Un caserío patrio baldado, extenuado y amedrentado por una guerra que, engreídos prelados, facciones dictatoriales, y conmilitones vencedores se encargaban de que no se olvidara. A la vez que, por doquier y a berridos, se arengaba sobre quiénes eran los depositarios de la marmita aurea de las esencias patrias.

Pero el pueblo obligado a la miseria física e intelectual no por eso ha de ser miserable. Antes bien, la sordidez y la mezquindad de los opresores nunca suele pegarse sino en los recaderos y lacayos que se aprestan a ser correveidiles; traidores de los suyos. Así, subterráneamente, aguzando el ingenio y estimulando la inspiración, el pueblo noble se burlaba de la recia proscripción que las esperpénticas y estólidas autoridades le dictaban.

Tiempos tenebrosos. Días pestíferos de la “Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana”. Años malsanos de “España; reserva espiritual del Occidente”. Época en la que un nacionalcatolisimo, infecto, cual componenda o amancebamiento impúdico, era el resultado triunfal y exhibible, tras una cruzada nacional (guerra civil), que entre otras muchas cosas quería sepultar muy hondamente pensamientos y frases como la dicha por Manuel Azaña en 1931: “España ha dejado ya de ser católica”. ¡Habrase visto burrada semejante!!!

 Entonces la Iglesia servía de meretriz al Régimen, atendiendo todos sus crímenes, desvíos y obscenidades, y éste la regalaba, como a concubina servil y lameculos, permitiéndola imponer sus indignas bisuterías dogmáticas como joyas de credo obligatorio. Bien sabemos que amar a la patria es otra cosa mucho más natural: permitir sin reservas la dignificación de sus gentes. Bien sabemos que postular la religiosidad de los seres humanos es también muy sencillo: respetar con escrupulosidad el fervor de cada uno; ese ámbito profundamente íntimo que cada cual tiene derecho a alimentar como le venga en gana y a su estricto ritmo.

Pero en aquellos días que configuraron los  treinta y seis años de la amarga autocracia, todo era un totum revolutum en el que sólo una cosa estaba clara: “prohibición, leñazo y tentetieso”. 

Aunque si queremos ser escrupulosos -y lo queremos ser-, diremos que los últimos años no fueron como habían sido los primeros en cuanto a rigor y sujeción de bridas. En ellos, parte del coro adulador y cooperante, quiso dejar de ejercer el indigno oficio de “palanganera” que hasta entonces había ejercido de modo tan servil y bien pagado. La maldad hay veces que abochorna.  

Y si continuamos queriendo ser sumamente estrictos -y también lo queremos- diremos a la vez, aunque nos quiebre el alma recordarlo, que los últimos ajusticiamientos que firmó el bendito Caudillo (el Vaticano le permitía caminar bajo palio) fueron rubricados el 27 de septiembre de 1975. Y para nada sirvieron los ruegos de Naciones Unidas, de la entonces Comunidad Económica Europea, de la Alianza Atlántica, de Joaquín Ruiz-Giménez, el cardenal Jubany, del digno y lúcido cardenal Vicente Enrique y Tarancón (a quien tanto debemos), del mismo Pablo VI, de Nicolás Franco, hermano del autócrata, del primer ministro sueco Olof Palme, o del presidente de México Luis Echeverría, que pidió la expulsión de España del seno de Naciones Unidas. Los cinco ajusticiados tenían entre 21 y 33 años; aunque eso sólo sea un detalle menor, pues matar es  matar; un acto que debiera ser siempre repugnante para la condición humana. Dijeron que eran terroristas, y tal vez lo fueran, aunque los procesos no contaran con ninguna de las garantías que son de elemental precepto. Y es que a un tirano bragado no le vayas con gaitas. 

Tras los fusilamientos, doce países occidentales nos retiran sus embajadas, y la nuestra en Lisboa fue quemada. A la vez  otras muchas fueron atacadas por manifestantes que desde el exterior exigían  nuestra dignidad. Es para no olvidarlo y devolver la gracia a quien lo necesite.

Para equilibrar el macabro dislate, el inmutable Régimen convocó una manifestación en la plaza de Oriente, a la que acudieron dos millones de españoles para vitorear al caduco verdugo. En ella, Franco, acompañado de don Juan Carlos de Borbón, dijo a la multitud que lo jaleaba de forma entusiasta: “Todo lo que en España y Europa se ha armado obedece a una conspiración masónico-izquierdista, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”. Y se quedó tan pancho.

El 20 de noviembre de ese mismo año moría el dictador. Acto seguido comenzaba nuestro acceso esperanzado hacia la democracia, que nunca valoraremos suficiente en cuánto vale. 

 Mas volvamos a lo de los prohibidos Carnavales, aunque lo referido hasta aquí sea todo un magno Carnaval, aunque desalmado y macabro, que más vale olvidar.

                    (1974)
Los Carnavales han sido  una efeméride con la que la plebe ha ironizado de forma sistemática la remilgada apariencia, coercitiva severidad y contumaces decretos de sus dirigentes. Se dice que ya los sumerios andaban carnavaleando allá por hace más de tres mil quinientos años. También los egipcios lisonjeaban espiritualmente al Buey Apis y a su adorada Isis mediante festejos eufemísticos e insinuantes galas. Los celtas hacían otro tanto en sus ferias del muérdago. Y no digamos los romanos con sus bacanales, saturnales y lupercales, en las que la devoción a Pan, Baco o Cibeles eran pretexto para francachelas, jaranas, bataholas y dislates de muy “alto voltaje”. (Aunque aún Alessandro Volta no hubiera nacido y, por tanto, no hubiera inventado la pila voltaica que da nombre a la unidad con que se mide el potencial eléctrico de algo).

En tiempo de los Reyes Católicos, este  titiritero reino nuestro, dicen que ya se disfrazaba, irreverenciando y paganizando todo con loco y perverso desatino. Fue entonces cuando, junto a otros modales, usos y malsanas costumbres de diferente rango y heterogénea traza, se exportó tal pendencia pagana y francachela lúdica hasta el Nuevo Mundo (Y dicen que el sarao gustó a los indígenas. Como que estaban ellos para andar con remilgos o escogeduras ante el conquistador).

En 1523, Carlos I, prohibió las mascaradas. Y Felipe II, para no ser menos que su augusto ascendiente, abundó en la misma exclusión, pues que en la cristiana elegancia de espíritu de su cristiana majestad, no había lugar para actos tan abiertamente profanos y hasta, a veces, netamente sacrílegos. Luego Felipe IV volvió a sacar a las carnestolendas de sus raídas vendas y mortajas y las cubrió de gloria y “progre” aromática. Debió ser para compensar aquellas dos impopulares “pragmáticas” con las que se propuso, de la mano del Conde-Duque de Olivares desterrar la prostitución del casto reino, cosa que  no se le logró, como resulta lógico.

Pero Felipe V regresó a las andadas y volvió a perseguir a don Carnal de forma furibunda; furibundez que sólo debió tener para estos moralísticos trances. De él dijo el duque de Saint-Simon, embajador de Francia: “Ostenta un claro concepto de la rectitud, un sólido fondo de equidad; es muy piadoso, tiene un gran miedo al demonio, no posee vicio alguno y no los tolera en quienes le rodean”. Así dicho y escuchado, ¿verdad que parece que quedó el monarca divinamente retratado por el verbo sagaz del avispado aristócrata gabacho?

El Carnaval (Que, con mucha probabilidad, debe su nombre al carnelevarium latino medieval, que significa literalmente: “quitar la carne”. Se entiende que de la dieta supuestamente opípara y más pecaminosa de quienes podían permitírselo) es un sucinto periodo de tres días. En ellos el populacho se tira a las calles para refocilarse entre jolgorios, bajezas y desmanes. Se prepara así para soportar el tiempo estoico y de catártico aburrimiento que luego le aplicará la santificadora Cuaresma. En los años de la oprobiosa, la Iglesia pretendía que esos cuarenta días fueran de sepulcral y contrita enmienda. Se fomentaban los ejercicios espirituales, la abstinencia nutricia era cuestión reglada a través del honesto potaje. Se retribuía con años de indulgencias la laceración física (y mental). Y era, en fin, rigurosamente obligatorio depurarse el espíritu y certificarlo fehacientemente confesando y comulgando por la Pascua florida. 

"Florida" se adjetivaba a la Pascua por coincidir, la exuberancia primaveral, en la que la naturaleza parece revivir tras el colapso germinal de los inviernos, con esa otra metafórica floración de orden superior. Me refiero a la que constituye la supuesta resurrección de Cristo, hecho que es pilar fundamental para quienes fían y veneran en la confesión cristiana.

Y en medio de toda esta bien cohesionada vigilancia y orquestado marcaje, establecidos a través de demenciales leyes, principios del espíritu nacional, la moral más raquítica y el credo más arrebatado, el pueblo llano, inteligente y vívido, se buscaba sus fugas. Así los gaditanos se las ingeniaron para trasportar sus carnavales de febrero hasta mayo y titularlos: “Fiestas típicas gaditanas”, echando a un lado las sospechas. Únicamente los habitantes de Trebujena siguieron, erre que erre, montando su bochinche en febrero, de lo que hoy se ufanan cual pueblo indoblegable. Los de Herencia, en Ciudad Real, se las compusieron para disfrazar -el disfraz que ya suponían de por sí los carnavales- de un halo de religiosidad supuestamente dedicado a la redención de las almas del inubicable “purgatorio”. Así la impostura se camufló de impostura y el mediocre pueblo rústico burló una vez más, con su atuendo anímico de sabio artificio al docto y amargado mandatario. De tal modo hace siempre la mejor historia; a base de ingenio y sutileza.


Pero entre otras liturgias propias de la Cuaresma está la del miércoles llamado de Ceniza. En ese día, se signa la frente de los asistentes a la misa con una cruz tomando las escorias de las ramas y palmas recogidos el Domingo de Ramos del año anterior. A la vez el oficiante le dice a cada uno el final de esta cita del Génesis (Gn. 3:19)  "Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás". Evidente verdad que sirve y merece recordar tanto a los cristianos como a quienes no lo somos.

Pero también, y para limpiar la ciudad de pecado y lujuria (en Salamanca) se montaba a las putas en barca y, cual falange de hoplitas macedonios, y bajo el cuidado de “El padre putas” se las transbordaba hasta la otra orilla del río. Se pretendía así que la barrera fluvial sofocara, durante las cuarenta jornadas de santificación, los rebufos carnales que a los verracos salmantinos les brotaban apenas presentían la luz de primavera. Al  parecer para este empleo de guardián de decencia de licenciosas del sexo se elegía a un templado eclesiástico.

La ocurrencia de este marrón se le atribuye al príncipe don Juan, hijo de Isabel y Fernando, cuando estuvo en la ciudad del Tormes como pupilo de don Diego de Deza, que era su tutor y obispo de la diócesis. El cristianísimo príncipe poco más debió hacer pues, en unos pocos meses contrajo una tuberculosis que acabó con su vida. Pero la institución ya estaba establecida. (Otros dicen que fue Felipe II el autor de la honesta mudanza. Para el caso es lo mismo). 

Mas de inmediato, el avispado pueblo, le dio la vuelta al chance y convirtió el retorno de la expiatoria excursión en sonoro festejo, pues que los estudiantes se apiñaron, cual moscas en melaza, para hacer el restituidor traslado. Festejo que aún se celebra hoy con holganza y merienda, o con lo que cada cual disponga o le sea alcanzable. Y es que, gracias a la libertad que tanto nos ha costado conseguir entre todos, ya no existen coyundas que impongan tiranos y adláteres, y cada cual se disfraza de lo que quiera en esos o en cualquier día del sacrosanto año.

j.y.

CARNAVAL VENECIANO 



Días duros los que anteceden siempre a la libertad.

Mis mejores deseos de libertad para el pueblo sirio que tanto me fascinó 
y que tan espléndidamente me acogió durante mi visita.


Todo mi apoyo y solidaridad para los jordanos, para quienes anhelo paz y democracia verdaderas.

y soporta y exculpa la indignidad de los malvados.

Toda mi adhesión y mi ánimo.



Desde Argentina, María Isabel López nos envía esta foto acompañando a sus comentarios 1 y 2




3 comentarios:

  1. Nuestra amiga MªIsabel nos envía un comentario de gran interés, no ya sólo por lo que nos aporta sobre la historia y las costumbre de allí, sino por la enorme gratitud y cariño que el pueblo español tiene siempre al pueblo argentino.

    Hola Javier,
    ya es hora de dormir, mañana madrugo para cumplir con mi trabajo, pero antes queria decirte q lei tu texto. Ya que alli no puedo poner comentarios , aqui será
    Lo que analizas al principio es para nosotros sudamericanos, bien conocido. Todas y cada una de las dictaduras q sufrimos en primer lugar intentan suprimir la alegria del pueblo y prohiben los carnavales. Aunque ahora quelo pienso mejor, creo q en Brasil no lo intentaron siquiera..(y eso que unos cuantos años de dictadura tuvieron-1964-1985) Claro los brasileros se hubieran levantado en armas (o piedras, o abacaxi, o lo que fuera!!) el caso que millones no lo hubieran permitido nunca.
    Recuerdo cuando era chiquita como se festejaban los carnavales en mi barrio:
    jugabamos "al agua" con los chicos de la cuadra (cuadra= manzana= calle) saliamos todos a la vereda en malla y descalzos y armabamos unas guerras de agua colosales. Los mas grandes llenaban las bombitas en las canillas y preparaban las provisiones en baldes con agua para q no se rompieran. Los grandes tambien salian a la hora de la siesta y se sumaban muchas veces. Desde la tardecita ya se preparaban los disfraces y saliamos la "barrita" de la cuadra a dar la vuelta a la plaza y despues hasta la avenida, donde estaba el "corso" ... de pasada si algun auto paraba , les cantabamos alguna cancion de murga haciendo "bochinche" con nuestras latas y palos como instrumentos musicales. En el corso de mi barrio nos cruzabamos con todos los vecinos, tirabamos papel picado, y veiamos pasar las murgas con bandas (musicos de verdad!) los bailarines con sus saltos y acrobacias al compas de los tambores y bombos y en lugar destacado "las" coristas, con esos trajes maravillosos y plumas tan bellas... "es un hombre" no faltaba quien decia y nosotros no lo creiamos.. Claro que junto a ellas tambien iban otras con trajes similares y tacones altisimos, pero con barba y bigote y unas panzas que sobresalian de las biquinis de los q no dudabamos serían el carnicero o el camionero de la esquina
    (sigue en mensaje 2)

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  2. (es continuación del primero)

    Los mayores nos decian que corsos lindos eran los de la av corrientes cuando ellos eran jovenes. Pero claro no los conocimos.. y para nosotros esos eran los mejores!
    Luego vino la dictadura de Ongania, siguiron las de Levingston y Lanusse... Habia carnavales?? no recuerdo.. lo que no se perdieron fueron los bailes de carnaval. En 1973 Lanusse llamo a elecciones y aunque Peron recien llegado de España no pudo presentarse como candidato. Su representante ganó. Volvieron las murgas, los festejos y los corsos. Algo era distinto ya.. el agua se habia cambiado por espuma en aerosol y el gran negocio de los martillos de plastico, a lo largo de toda la avenida vendiendo esos malditos martillos con los que la gente se "divertia" golpepeando la cabeza de chicos y grandes
    Luego el 76, y la alegria dejo paso al temor a estar en la calle. Imposible pensar siquiera en salir disfrazado a una fiesta de amigos , te detenian y luego... vaya uno a saber. Los corsos se prohibieron, "elementos subersivos y terroristas podrian infiltrarse y atentar contra la poblacion" Finalmente los carnavales se prohibieron. Tanto asi que se elimino el feriado de los calendarios. El 83 se bailo en las calles como un verdadero carnaval cuando se recupero la democracia Luego gradualmente se fue recuperando esa fiesta con las murgas, comparsas, los bailes. Ya no se juega "al agua" en las veredas, es demasiado peligroso, los chicos ya no pueden estar solos jugando en la calle. Pero este año volvimos a recuperar el "feriado" de lunes y martes



    Ups, me deje llevar por los recuerdos y aca te deje un pequeño resumen de nuestra historia reciente, no era lo que iba a comentarte... en fin mañana te escribire el 2do capitulo de mi comentario

    besos y buenas noches
    maria isabel

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  3. En primer lugar me uno a tus deseos para el pueblo sirio, pero también para el yemení y el de bahreim, así como el apoyo al jordano y la solidaridad con el Juez Garzón. Dicho esto, no cabe por mi parte otro comentario que el de agradecimiento por el bello artículo del Carnaval, nos has recordado además de nuestra historia, el uso que tanto los tiranos de turno como el pueblo hizo de tradiciones arraigadas en el mismo alma de sus gentes.
    Particularmente me ha servido para recordar algunas anecdotas vividas en mi pueblo cuando el mismo carnaval se disfrazó de fiesta local dirigida por los "quintos" del año, con petitoria incluida de embutidos o otro tipo de comida..., quizá para saciar un hambre que aún teníamos que descubrir nosotros mismos. Por todo ello gracias.

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