sábado, 30 de abril de 2011

(21) LOS SÓTANOS DE LOS DESCEREBRADOS.


Excavadoras para la agresión física, la violencia doméstica y el apartheid.  


Una vez más, desgraciadamente, tenemos que volver a traer a presente a la maldita espiral de la violencia, ese serpentín que enfría hasta congelar los cerebros y deja que la sangre hierva a borbotones hasta derramarse encharcándolo todo. Nunca me cansaré de repetir que es la violencia la gran lacra del mundo en que pacemos. Que esa saña bárbara que siembra odio y muerte, siempre es -aunque nos dé pavor creerlo- sólo la punta del iceberg que señala -cual “g.p.s” tétrico- el sitio en el que se hallan los sótanos, los pudrideros y los muladares donde los descerebrados urden sus tramas aberrantes.

Una vez más, todo este reino nuestro, se ha llevado despavorido las manos a la recalentada crisma nacional. Esta vez ha sido por la brutal agresión sufrida por un representante público. De inmediato se han “disparado” las alarmas de la condena unánime, el desgarre general de vestiduras y el propósito contrito de enmienda. (Fijaros que para hablar de aviso de alarmas empleamos habitualmente el término “disparar”).

Nadie defiende nunca, al menos en las palestras públicas, el uso de la agresión en su faceta física: la violencia. Nadie -salvo los terroristas y sus cínicos adláteres- hace apología de tan vacía y bestial forma de argumentar; vamos: forma de no argumentar, sino de imponer aquello que carece hasta del más mínimo argumento. Sin embargo, tras tantas palabras de condena sincera, contundente y unánime, uno se teme que todo quede como siempre en un vistoso y sorprendente geiser de fuegos de artificio.

Y es que la agresión física no es una manifestación purulenta que tenga principio y fin en sí misma. Como toda pústula, bubón o forúnculo maldito tiene un lento proceso de maduración; su soterrada génesis y su pútrida sazón. Esto es: el ataque violento no se da por generación espontánea o casualidad, salvo en enfermos coléricos.
Que el hombre y la naturaleza tienen una dinámica violenta es algo bien sabido. Quizás haya que desterrar esa idea tan bucólica y generalizada que preconiza, con los ojos vendados, que la naturaleza es una madre sabia, protectora y armónica. Y por esa misma vía argumental, quizás también haya que aceptar, desterrando las tendencias pazguatas, que “el hombre es un lobo para el hombre”, (como decía el filósofo ingles Thomas Hobbes, allá por principios del s. XVII).

Según este argumentario que postulaba Hobbes, el hombre en estado puro es antisocial por naturaleza, de tal modo que sólo lo mueven el deseo y el temor. Así, en este sobrecogedor taller de la convivencia, sólo el egoísmo y la ley del más fuerte capitanean el universo humano: “la guerra de todos contra todos” es omnipresente y natural.

 Yo no sé si esto es así de radical y contundente. No sé si el instinto de supervivencia en confrontación con la escasez, genera la frustración, la rapiña, la envidia, el odio, la violencia y la agresividad. En cualquier caso, terrible es esta concatenación de estados.

Pero centrémonos. Sea como sea todo esto, que sin duda pertenece a las urdimbres de la esencia humana, lo cierto es que aquí estamos y estos somos. Pero también el cáncer es una enfermedad natural y no por eso, al igual que al resto de males y dolencias, dejamos de intentar atajarlas. Y ya sabemos -o vamos aprendiendo- que la profilaxis y la detección precoz son el mejor modo de conseguir éxito en esas testarudas contiendas.

Profilaxis y detección temprana, la mejor fórmula para luchar contra la violencia que después supura por la fístula de la agresión renacida. Y esta no es una banalidad, aunque a diario así nos lo tomemos. Si realmente queremos disminuir la agresión, hemos de educar “obsesivamente” en la no violencia, siendo tremendamente “escrupulosos” en cuanto son vías, senderos, atajos, acequias, espitas, ramales o cables conductores hacia ella. La violencia en el cine, en la televisión, en los juegos y juguetes, en las actuaciones de la convivencia diaria, en las aulas o recreos, en el trabajo, en la cola del autobús, el mercado o la rapiña ante el stock en las rebajas de fin de temporada. Hemos de estar especialmente atentos a la violencia enmascarada, esa que no parece tal y que está tan bien vista, y resulta simiente o grana de una planta, que cuando crece y estoja parece espantarnos a todos. Me refiero al tan bien visto y tan habitual término “agresivo”. 

Es esta una semilla importada de alguno de esos paraísos del otro lado del atlántico; uno de esos edenes que tanto nos emboban y seducen. Hablar de empresario agresivo, de comercial agresivo, de jugador agresivo, es algo muy loado y bien visto, que no ruboriza ni alarma a nadie. Hablar de marido, padre o amante agresivo es algo que nos pone en alarma o directamente nos aterra. ¿Dónde está la diferencia? La línea que separa la aplicación del término, educativamente, de un caso al otro es tan sutil que con facilidad se quebrará o llevará a confusión o engaño al no maduro o al no expectante.

Pasar de aquí a plantearnos reflexivamente la pandemia que sufrimos y a la que llamamos  “violencia de género” es obligado.  Pero esforcémonos, pues, de lo contrario, no haremos más que apilar tópicos y palabras vanas; esto es, mecer y adormecer el tema.

Sabemos que la escalofriante estadística que va, como cuenta maldita, diciéndonos día a día cuántas víctimas incrementan la desdichada lista, no ha empezado ayer. Durante muchos años, el maltrato doméstico y la violencia al inferior más próximo y más dependiente,  ha estado enclaustrada pero ahí, hiriendo y sangrando a diario. Eso sí, consagrada y enaltecida su tolerancia como una virtud laudable de resignación cristiana, moral plausible y hasta de indestructible esencia patriótica.

Ahora abrimos los telediarios temerosos de que nuevamente nos sople esa turbadora ráfaga que nos hace tiritar, cuando un energúmeno más ha gritado, desde el berrido atroz de un arma cualquiera, “la maté porque era mía”. Y trágica y truculentamente la lista se va incrementando, como la gotera sobre la miserable palangana que nos recuerda que nuestro tejado está necesitando retejarse con alarmante urgencia.

Año tras año, esperamos impacientes a que llegue el día 31 de diciembre para poner la cuenta a cero. Eso parece aliviarnos. ¿Imbéciles o simplemente cínicos? La muerte es siempre incómoda, y sólo si es grandiosa la catástrofe y espectacular en sus daños el siniestro nos mueve la conciencia, y eso durante tan sólo algunas fechas. Luego se nos degrada la imagen y se nos difumina y asienta el alma en la indolencia y el “dolce far niente” (el dulce no hacer nada) nos invade y nos mece.

Mas, si queremos ser justos, hemos de señalar sin vacilación que también existe violencia hacia el hombre por su condición de hombre. Habitualmente se denomina “violencia de pareja”, aunque debería llamarse en cualquier caso “violencia feminista”. Este tipo de violencia -más extendido que lo que las estadísticas oficiales dicen, y bien conocido por todos apenas miremos a nuestro alrededor-, puede ir desde el chantaje emocional,  la discriminación, el menosprecio, la agresión física o psicológica hasta el asesinato. Si bien suelen ser las acciones sobre aspectos psicológicos, mantenidas de una manera tenaz, las más habituales. Y hemos de reconocer que este trato es también altamente violento, subyugador y contundente a largo plazo, aunque evidentemente más soterrado y silencioso

Por eso, sí:   al maltrato en todas sus versiones “tolerancia cero”.

Y ante todo este panorama, ahora se suscita la vuelta a la educación diferenciada; a la escolarización de los alumnos separados por sexos; a la segregación. ¿Verdad que esto suena alarmante? Dicen que es para un mayor rendimiento, para atender y educar mejor las diferencias. Aseguran que los hombres son mejores en destrezas, habilidades motoras, orientación espacial, razonamiento matemático. Certifican que las mujeres son más hábiles en aspectos manuales, en cuestiones de cálculo, en percepción sensorial, en computación matemática, en fluidez verbal, en comunicación emocional, en expresión corporal. ¿Y qué?




Yo creo que esas diferencias son reales, pero eso no justifica separar a la especie, y menos bajo la afirmación de que así se sacará más rendimiento de cada uno de nosotros. A mí me parece que cualquier tipo de apartheid es pernicioso por naturaleza.

Y es que, sencillamente, la calle es plural, y el trabajo, y la familia, y el mundo. ¿Por qué pues separar si a la vez hemos de vivir juntos? Tal vez corramos el enorme riesgo de que, desarrollando más nuestras capacidades intelectuales, atrofiemos o dificultemos nuestras facultades de convivencia en la diversidad, el respeto y la armonía.

Pero además en esta ocasión os propongo una tarea; unos deberes para el fin de semana. ¿Por qué no averiguáis cada uno cuáles -precisamente- son los colectivos que ahora reclaman y defienden con vívido fervor la vuelta a lo que llaman delicadamente “educación diferenciada”? 

Y si aspiráis a nota (a esa que uno se pone a sí mismo cuando se siente orgulloso de sus propios hallazgos) ¿Por qué no tratáis de deducir cuáles son en realidad sus verdaderas razones?

Tal vez lleguemos a la conclusión de que lo que buscan no es tanto lo que expresan. Quizás sea que, ante ciertos vendavales y pérdidas de poder, influencias o fuerza, tratan de apuntalar sus vetustos y ostentosos palacios. Y lo hacen temerosos de que lo pérfidos y escatológicos tiempos actuales se los conviertan en míseras barracas, y, a ellos, en ciudadanos de a pie, como lo somos todos. Y eso les da pavor. 

j.y.

Canción "La maté por que era mía" Grupo "Platero y tú"

¿Creéis que así podemos educarnos en el concepto "Violencia cero" o,
simplemente, conseguir que nuestras ideas y principios sean algo confuso e impreciso? 
Repasar la letra de la canción y opinar.




Me ha cogido la madera, a mi novia yo he matado
no saquen fotografías, tengo el cuerpo ensangrentado.
Yo era un chico muy decente, ella era una prostituta
ya no usará la cama, ahora duerme en una tumba.
Me han llevado al calabozo y me han dado unas hostias
me han dejado el cuerpo roto, mi cerebro no funciona
y ahora mismo nada entiendo, solo veo periodistas
que me dan algún dinero por salir en sus revistas.
Vaya jeta, vaya jeta, mucho morro, mucho morro
yo no quiero tu portada, periodista escandaloso
no quiero que con su sangre puedas escribir mentiras
la maté porque la amaba, la maté porque era mía.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario