Efectivamente, si uno mira a su
alrededor, este nuestro solar patrio se ha revertido en un auténtico patio de
Monipodio. Qué digo un patio, mejor una corrala infecta en la que las aguas
fecales son arrojadas al centro del común sin ni siquiera el preceptivo grito
de “agua va”. Si echamos ojo a “Rinconete y Cortadillo”, de la Novelas
Ejemplares de Cervantes, uno siente de inmediato retortijones y malestar de
cuerpo. Aquello era el siglo XVII y este el XXI; miserable avance. Y es que en
la vecindad nacional se ha afincado una
auténtica cofradía del hampa, un gremio de la depravación que la administra y
rige con la tozudez despótica de los iluminados. Es, pues, ésta la hermandad
apiñada de los artesanos de la delincuencia y la haraganería. Es toda una panoplia infame de cuervos y
necios consagrados que han elevado la mentira a
axioma de beodez perenne. Así, predican sus mentiras con la enajenación
propia de los trasfigurados, y cual si la Divina Gracia hablara por sus bocas a
la vez que éstas exhalan sus pútridos y férvidos alientos de cínicos contumaces
e irredentos.
El cinismo, traído de la mano de
esta infernal facundia, se ha instalado entre nosotros como una perniciosa
hierba, como un gorgojo pérfido que pudre y engangrena. Peroratean al unísono
bajo férreas consignas. Los fieles lameculos del que manda, abrigados en él
cual miserables cachorros, repiten la retahíla que les dictan. Y una y otra vez
vuelven a su renuente alarde de mentiras, a sus arengas ardorosas de macanas, a
sus ejercicios de fuleros desnortados, a sus artificios de filfas y de trolas
megalómanas. Ante tal situación sólo cabe taparse los oídos y esperar a ese
único día en el que el pueblo pueda callarles con el dedo silenciador del voto.
Hasta entonces esperar que el sainete
hispano sea lo menos injurioso que se pueda.
J.Y.

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