Si uno va por el mundo con los sentidos un poquito despiertos y aguzados no puede por menos que irse dando capirotazos y coscorrones por doquier. Es necesario, pues, ponerse unas orejeras e ir enfrascado y sin salirse de uno mismo, si no se quiere ir de empellón en tropiezo. Tal vez así se pueda conseguir respirar medianamente sin resultar intoxicado por ese humo de la irritación que parece invadirlo últimamente todo.
Y es que cualquier asunto es motivo de controversia, exaltación, reyerta o pleito (dejémoslo ahí). El espacio en un aparcamiento, la vez en una cola de mercado, la hora en la consulta del médico. (Si este es de pago se tolera mejor, pues la espera a un galeno de probada prosapia y nutricia minuta, aporta más nivel al sufrido “paciente” que la vulgaridad de la sanidad pública; dónde va a parar). Y no digamos ya si se trata de un conflicto entre automovilistas o entre hinchas de futbol. En estos casos está visto que es la pura esencia del honor lo que se pone en liza, y eso, claro está, son palabras pero que muy mayores.
Pues bien. Creo que jamás estuvieron los Juzgados tan atiborrados de demandas y nunca se utilizó la Justicia de una manera tan frívola y tan irrespetuosa. Está claro que los letrados deben servir de mediadores en las controversias. Pero eso es una cosa, y otra bastante distinta provocar el litigio como asunto de chirigota y a cada triquitraque. Y mucho menos que el comadreo o guirigay delictivo, la falacia agreste o la aireación de las peripecias carnales se hayan convertido per se en asuntos vendibles, exhibibles y sumamente rentables, siempre que vayan santificados con alguna que otra ceremonia judicial. Y para muestra no hay más que darse una vuelta, aunque sea cortita, por cualquiera de esos programas de la televisión que tanto nos instruyen y cultivan a todos. Allí la querella, la demanda y el pleito están al cabo de la calle, pues son condición sine qua non para ese chafardeo patrio que nos subyuga y repleta hasta el paroxismo. O es que no recordáis ese término “supuestamente”, ridículo hasta el delator sonrojo, que unido a cualquier insulto, injuria, calumnia, acusación o inconmensurable burrada o disparate parece que eximiera de toda culpabilidad, y abriera el coto de la caza mayor de los escarnios. Hoy lo delictivo da fama lucrativa, provoca admiración hipnótica, dispara audiencias millonarias y hace caja a lo grande.Y todo a la vez que hace babear a los imbéciles que admiran a quien se burla de ellos usándolos cual masa inculta y receptora, a quien se manipula echándoles carnaza de tercera y casquería escabrosa de desecho.
Sabido es que Roma fue grande por sus conquistas y su expansión, pero también porque en aquel imperio se sentaron las bases del llamado “Derecho romano”. Y ese fundamento, perfeccionado y desarrollado a través de los siglos, es quien, aún hoy, vigila, regula y trata de ponernos a raya en lo concerniente a nuestros variopintos atropellos, desmanes y dislates.
Diremos también que una ley jamás nos traerá un arreglo mejor que el que podría aportarnos el entendimiento y el uso de la razón entre las partes. Y eso porque nunca el arbitraje de un juez o la aplicación draconiana de un precepto legal podrán ser algo tan dúctil o elástico que pueda acoplarse con sutileza a un litigio concreto. La ley es tan sólo un remedio; un ramplón lenitivo. Y, como tal, siempre constituirá un mero arreglo, un apaño o remiendo. Y es que sólo eso podemos hacer, cuando no hay otro modo de recomponer los múltiples desaguisados que se nos plantean en este salón social en el que nos codeamos los unos con los otros.
Pero si además pensamos en que todo ello se encauza y canaliza a través del criterio de un hombre, al que llamamos juez, el asunto nos queda bastante sometido a la intemperie. La Justicia es, pues, un asunto ante el que hay que ponerse a temblar, aunque se sea inocente y un férvido y consagrado creyente de su magistratura. Y es que dice el refrán: “Vive el abogado de tercos y de confiados”. Y: “El único pleito favorable el que no llega a celebrarse”.
Aunque bien conocemos que hay veces que la confianza humana raya en lo más descarriado de lo inverosímil y lo irracional. Veamos:
Quieran los cielos (o quien sea, en tu caso), que una noche de estas no te anden respingando por la tronera, nublados o fruslerías, y por su consecuencia vengas a dar en desvelarte. Cosa por otro lado no demasiado extraña en este mundo actual de brega y velocímetro, que nos traemos entre manos. Y digo esto porque entonces es el momento de enchufarte la tele. Poner la tele mientras vienen a agrupársete de nuevo las ovejas, para que puedas contar -una a una- a esas acarreadoras del sueño extraviado. Es entonces -¡Ahí entonces!- cuando el zapping se hace un asunto esquizoide y diabólico, pues piensas que te has mudado de galaxia, o que la paranoia te ha alcanzado en el centro mismo de la bola. Y es que, de pronto, no sabes muy bien deslindar el más acá del más allá; la estupidez de la desvergüenza; la zafiedad sin límites del candor más ramplón; la ingenuidad más ignorante y rústica de la maldad más vil y desgarrada.
Claro que sí; me estoy refiriendo a los muchos consultorios astrológicos y de videntes amañados que ocupan -mejor plagan- el universo de las nocturnas predicciones astrales. Entre las pitonisas y los pitonisos reclutados y las loteras y loteros agresivos, esos que prometen “el oro” y hasta “el moro” (esos o esas que parecen furrieles de legión, a tenor del tono sumamente agresivo que utilizan con su dócil e incauta clientela a quien estafan) no puedes entender lo que sucede. No resulta creíble. Y te preguntas: ¿Cómo es posible que alguien crea en esto? ¿Cómo es posible que alguien piense que otro puede clarear su futuro, restañar sus pendencias o profetizar sus cuitas o venturas amorosas desde un mazo de cartas resobadas? ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI sigamos siendo, unos tan crédulos e imbéciles y otros tan deshonestos, tan desvergonzados y tan impunemente estafadores y malvados. No olvidemos que hay hasta quien se atreve a tratar asuntos graves de salud. Aquí es donde el habla se nos corta.
Sé que hay veces que la incultura, la suma necesidad o la desgracia infinita nos cierran los ojos de la cara y hasta los del entendimiento. Sé que hay veces que el dolor cuando es acerado vuelve lerdo al más sabio y hace creer en lo más increíble al más incrédulo. Y sé también cómo los más indignos y más inmorales se aprovechan de ello y no dudan en desgarrar y convertir en carroña el sufrimiento ajeno sólo con el ánimo alevoso de procurarse un lucro. Pero, aunque lo sé, no deja de ponerme los vellos como escarpias e inundarme de ira. Sí: de ira; pura y dura ira.
Pero además de los desahuciados, que han de asirse a un clavo ardiendo, y a los que comprendo en su despropósito al creer en estas estulticias, está toda la legión de los descerebrados que han perdido el norte. Sí, porque perder el norte es -a mi entender- defender lo indefendible, declarar que es de noche a plena luz del día, o alinearse al lado -o mejor dicho a la zaga o culata- de los estafadores. Son todos esos mamarrachos que nutren, cual comparsa de bulto, el deleznable batallón de los corruptos; de los cínicos entronizados y convictos. De los impúdicos a quienes no les tiembla la voz predicando embustes, sino que más bien se bañan y se solazan en sus tropelías, cual en agua de azahar y jabón de alhucema que les acariciaran sus indecentes cueros.
Extraño país este en el que el fraude merece una condecoración de la que se presume, en el que el pillaje se fomenta y se premia, la indignidad moral se cotiza y se exhibe, y hasta se conciben hijos desde la veleidad de quienes adquirieran simplemente un objeto de capricho o de moda. Un muñeco que luego se puede utilizar en la controversia parental y destazar psicológicamente si es preciso, cual el niño “objeto” de aquel juicio bíblico en el que dicen que medió el sabio rey Salomón ante dos mujeres enfrentadas por su maternidad. (1Reyes 3:16).
Aunque, bien mirado, este dislate debe ser un virus tal vez mediterráneo, a juzgar por lo que también ocurre en la vecina Italia; aunque no en exclusiva, pues plaga el hemisferio rico.
Un político es imputado por un juez en un sumario. Eso supone que hay indicios más que razonables de un posible delito, y ello no hace que nadie se cuestione siquiera la posibilidad de estar al lado de un potencial convicto. Entonces sus próximos o correligionarios echan mano apresuradamente del fatuo requilorio y del subterfugio legal. Se amañan argumentos y se hace encaje de bolillos para explicar lo, a todas luces, burdo e inexplicable. Se buscan las vueltas y revueltas a la ley, se desautorizan jueces, fiscales y abogados; si es preciso se les lleva al banquillo. Se carga incluso sin ambages contra Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; y hasta se cuadra el círculo si fuera necesario. Queda bien patente aquello de “defendella y no enmendalla”, que escribiera Guillén de Castro, en su obra “Las mocedades del Cid”, y que se ha hecho un axioma de culto.
Y no puede comprenderse de qué están hechas las coyundas que uncen a los unos al lado de los otros, para que ni siquiera se aflojen esos lazos que ayuntan a un político con los que podíamos considerar sus siervos de la gleba, sus cofrades o su feligresía. Es esta una fidelidad enfermiza, obsesa y dependiente. ¿Cómo es posible que, quienes no han tenido nada que ver con la posible maldad, no abominen de inmediato de ella y del tufo que ésta siempre conlleva? Pues no señor; comprobado está que la corrupción arrima votos, desata delirios y adiciona fanáticos y, en definitiva, resulta, extraña y patológicamente, muy rentable. Mundo enfermo; país demente este nuestro; presente desquiciado el que vivimos.
Porque, si a alguien le une con otros sus principios, su fe o sus proyectos, debería ser, a la vez, que, en sus líderes, necesitara ver este espíritu común descrito y reflejado. Y, por tanto, cuando alguno de ellos traicionara esos valores esenciales, debiera huir de él como alma que persiguiera el diablo, pues que esas traiciones son siempre un mal endógeno que pudre las esencias.
Otra cosa distinta es lo de la “conspicua camada dirigente”. Esa que no duda en despedazarse entre sí si se hace necesario. La pandilla regente siempre cierra sus filas y enroca posiciones. Siempre está dispuesta a disfrazar un fraude, diluir un delito, o ahumar una estafa. ¿Por qué será?
Pues no, no le demos demasiadas vueltas al extraño misterio. Aquí casi siempre el asunto es mucho más sencillo y evidente de cómo algunos pretenden disfrazándolo. Más claro y diáfano por más que utilicen el submarino método del calamar, que enturbia con su tinta el entorno. Veréis: si uno ampara a un corrupto es simplemente porque es su cómplice o es su rehén, de uno u otro modo. Porque el “susodicho” le tiene trincado por los blandos colgajos, que se dice. Ni más ni menos.
Y mientras tanto la Justicia no da abasto, pues que se ha degradado tanto su concepto que anda a la rastra hundida entre legajos, sumarios y expedientes. Se la acomete cuando no es de nuestro agrado. Se la declara secuaz y amañada. Se persigue a los jueces cabales utilizando tretas y ardides truculentos o conspiraciones. Y se cubre de humo para que no sea clara. Y en este cenagal ¡hala!: a jugar todos a la gallina ciega y que se quede el que sea más tonto o se tropiece..
Y es que en este reino nuestro, cada ciudadano es un entrenador sabihondo de futbol, cada compañero de mus un catedrático, cada vecina de rellano una iluminada. En fin, que llegamos a oír sandeces tales como que bajar, por ahorro, en diez kilómetros la velocidad en las autopistas es un atentado contra la libertad; una medida nazi. No les dará vergüenza, a quienes argumentan así, hacer un uso tan villano e idiota del concepto Libertad. Respeto, al menos, al dolor infinito que produjo el maldito nazismo.
La Libertad es un principio sagrado, por el que dan y han dado la vida tantos seres humanos en la historia.
Y no les dará vergüenza a quienes escupen a diario con su cinismo a la Justicia, y dicen que ellos son unos perseguidos por ella, cuando les hemos oído en sus conversaciones privadas hacer alarde y explicitación de sus rapiñas y sus baladronadas.
Libertad y Justicia son mucho más que lo que estos indignos trasiegan o quieren amasar con sus infectas manos, sus astrosas palabras y sus podridos corazones.
j.y.








Es este dichoso país en muchas ocasiones las palabras libertad y justicia han sido vilipendiadas y utilizadas en vano, tal pareciera como si éstas solo tuvieran cuentas con una determinada gente, no parece que estos vocablos tienen el mismo significado para unos y otros; siempre hubo alguien que se adueñaron de ellas y de su aplicación. Lamentable, estas bandas de regentes, dirigentes y mangantes hablan con soltura de lo que harían, todos tienen su receta para salir adelante, para terminar con todas las plagas que nos azotan…hasta con la corrupción pero ellos nunca se aplican sus recetas. Son unos sinvergüenzas, deshonestos, robapanes, ladrones y cuantos adjetivos en esta línea se les quiera atribuir. Alimentan la insensatez y la estulticia de la gente, cultivan su imagen y nos engañan todos los días.
ResponderEliminarEspero que alguna vez aprendamos, les demos una lección de civismo votando en blanco y si nuestro hartazgo llega a cotas insostenibles hagamos lo que han hecho en Túnez o Egipto. ¿ Hasta cuándo vamos a soportar su cinismo e hipocresía? , ¿ hasta cuándo su desfachatez y su ambición desmedida?. Cuándo estos ladrones van a responder ante esa justicia que denostan cada día.
Votemos en blanco en los próximos comicios, démosles una lección de civismo cumpliendo con nuestro deber como ciudadanos y haciéndoles saber lo hartos que estamos de todos ellos. Hagámosles ver que estamos hartos de corruptos y que LIBERTAD y JUSTICIA se escriben con mayúscula. No soportaremos más imbéciles que nos pisoteen y se tomen la cosa pública como el juego de la pídola donde ellos ponen sus propias reglas.
¡ Ya está bien!. Salud
Si, si, está claro que la corrupción nos pone a los humanos (recordemos el mondongo de Puyol en Cataluña), y además, se nos olvidan las cosas. Es vox populi la relación de Berlusconi con la mafia -él es ella-. Bueno, también sabemos lo de Gadafi pero nos da petroleo. La corrupción está enraizada en todos los espacios, digo, hasta en el pueblo más pequeño hay un político que come de dietas y con taxi. Lo de los romanos fue el no va más, pero los hemos superado con mucho en todo, tambien en basura.Saludos
ResponderEliminarSiento mucha pena.
ResponderEliminarEste tipo de artículos debieran de despertar el interés de más personas. Qué triste saber que mientras escribo este comentario millones de personas a las cuales les han retirado sus prestaciones, o les han recortado sus derechos en los últimos meses, están viendo la tele.
Qué sencillo es llamar gilipollas a Zapatero, Aznar o a la casta política en general, cuando todo "eso" no es más que el reflejo de la suma de cada pequeña de nuestras decisiones.
Gracias Javier por incluir ese vídeo al final de tus palabras. No conocía a este señor y la verdad me ha parecido una persona muy interesante y comprometida por lo que he leído sobre él en internet.
Gracias de nuevo por compartir todo lo que cada semana nos ofreces.
Hago un comentario al comentario de "Ruben", y elijo la frase: "... cada pequeña de nuestras decisiones".
ResponderEliminar- Si cada uno de nosotros tomaramos conciencia de la enorme importancia de esta frase, podriamos cambiar el mundo.
-Es muy importante lo que hacemos como individuos, como unidades independientes, ya que (aunque no lo queramos) la suma de estas unidades forman un conjunto, un colectivo, una sociedad.
-Un ejemplo de vital importancia en estos días es como un sujeto aislado enviando mensajes movil o por red (facebook), convoca un punto de encuentro en un lugar determinado y, los que lo reciben, independientemente deciden acudir: Esto sucedio hace unos días en Portugal.
-Por eso, Yañez, estos artículos que vas colocando en tu blog, no estan aislados o perdidos en el inmenso oceano de las redes sociales, están sumados a otros miles de blogs y que leemos en todo el mundo millones de personas. Esto es así, aunque a la vez estén un monton de millones de personas viendo a las Super Pitonisas de TVs. Saludos
El tema es que la gente da demasiada importancia al voto y reduce en torno a él todas sus aspiraciones a “cambiar el mundo”. Nos sentimos así poderosos, pero la realidad es que se ríen de nosotros TODO lo que quieren…! Es tremendamente sencillo pensar que los que tenemos la suerte de vivir en los países “democráticos” metamorfoseamos nuestra sociedad cada cuatro años y que cada uno de los días que componen ese periodo todo se mantiene constante, como si de especie de hibernación se tratase.
ResponderEliminarPara mí, el sistema actual dista mucho de parecerse si quiera a una democracia. No disponemos de la información necesaria ni si quiera para saber cuál de los candidatos podría ser el mejor. Al menos debemos de tener la decencia de admitir eso y si aun sabiendo de que lo hacemos medio ciegos, decidimos votar a alguien, hagámoslo! Pero no olvidemos de que hay una pequeña parte del mundo que conocemos bien a fondo. Y en esa, si que de verdad podemos votar todos y cada uno de los días de manera transparente. Además podemos personalizar a nuestro candidato como nos venga en gana, menuda tecnología.
Si queremos un mundo despierto es genial llevar a cabo una labor como la de Javier, si queremos una sociedad educada podemos dar ejemplo y así con todos y cada uno de los detalles que componen la vida. No hay democracia más perfecta y justa que esa.