sábado, 30 de abril de 2011

(22) EL CÍRCULO DE ORO



El hombre más feliz del mundo.



Al final uno se da cuenta de que el círculo es algo más que una figura geométrica semejante a las otras. Karl Marx hablaba de las crisis cíclicas del capital que, según sus teorías, se daban cada ocho años y medio aproximadamente, cual aro de peculio. Si nos vamos a la Biblia, en el “Eclesiastés” se nos dice: “Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol”. Incluso, en la peripecia personal de nuestras vidas, uno tiene la sensación de que perennemente estamos intentando ir hacia no se sabe dónde para, con el mismo denuedo, intentar volver hacia nosotros mismos. 

La vida, si no se nos rescinde de forma inesperada, resulta ser como un viaje circular. De ese modo, partimos desde la inconsciencia hacia la lucidez, y sentimos que se nos entregara un equipo para el itinerario. Se trata de un trayecto hacia una madurez desde la que de nuevo hemos de retornar, dirigiéndonos hacia la senectud; ese estado en el que vamos entregando nuestras facultades cual si solamente hubieran sido un mero préstamo pactado con acuerdo. De ese modo, nuestra existencia es un periplo desde el desamparo hasta el desabrigo. Un giro en torno a la desnudez: un círculo; un anillo.




(Otro día hablaremos del “número áureo” o número “fi”. Todo aquello que iniciara el arquitecto romano, Marcus Vitruvius Pollio, en tiempos de Augusto, y en lo que luego debió inspirarse, ya en el Renacimiento, Leonardo da Vinci para su Studio sobre el hombre como centro del Universo, al que inscribe en un círculo y un cuadrado). Pero ese es otro asunto.

Volvamos a lo de hoy.

Así pues, todo parece estar condicionado con lo cíclico y lo reincidente; la ida y vuelta; el una y otra vez; un tropiezo y el siguiente tropiezo; lo que sucedió, eso sucederá. Y sin embargo nos resulta tan difícil aprender del tiempo pasado, de nuestras experiencias, de nuestros aciertos o resbalones anteriores. 

Tal vez sea verdad que la vida, en su crecer o en su desgaste -según se quiera ver-, nos va dejando un poso que en algún modo debía ilustrarnos. Pero, desde luego, no parece estar clara la proporcionalidad entre las experiencias vividas y el abandono lógico de nuestra inicial torpeza cual seres inexpertos. De manera obstinada es como si siempre fuéramos pisando arenas movedizas; parajes intimidatorios; campos ignotos. Sabemos más de nosotros mismos que lo que imaginamos, pero sin embargo ese bagaje, cual manteo olvidado, no parece servirnos para el día a día. A cada instante nos surge la sorpresa. El desconcierto es algo habitual que nos impregna. Algo que, aun de manera inconsciente, nutre nuestro miedo congénito; la huella de duda existencial y perpetua.

Situados ahí, todo nos amedrenta. El mundo circundante es un ruedo de peligrosidad potencial ante el que nos defendemos con el plante o la huída. En todo caso un acto de toma interior de posición que nos violenta. Es difícil encontrar a alguien que, asumida esa constante de relatividad, contemple su existencia con la serenidad de quien se sabe viviendo al descampado. Alguien que acepte esta realidad como irremediable y se complazca en sí cual un estoico, consciente de su finitud y temporalidad. En definitiva: es difícil hallar a alguien asentado en la felicidad o en el camino lúcido y apacible de su consecución.

No es de extrañar tanta consternación si miramos a nuestro alrededor. Masacres, estafas, banalidad, terror, arribismo, falacia y corrupción lo inundan todo, ante nuestra perplejidad, confusión e impotencia. Salvo gritar de miedo o tragarnos el pasmo, poco más se nos ocurre hacer ante estas turbulencias que nos arrastran, en medio de las cuales no acertamos más que a subsistir chapoteando como mejor sabemos. 

Hijos desorientados que son incapaces de digerir la vida y el acceso a su madurez, mientras el hartazgo de lo material les embota y tumba como holgazanes en el sillón del tedio, frente a los videojuegos o a la playstation. Muchachos de botellón, moto, sexo grosero y ocasional cual trofeo efímero, y escasez o nulidad de proyecto de vida. 

Padres indolentes, ciegos y despistados; obsesionados con obtener para sus egoístas vástagos, por la vía exclusiva del lucro y el dinero, todo cuanto ellos no tuvieron antaño. Embobados en la irracional idea de que, lo que se compra es lo que más satisface y mejor les granjea cariño y respeto de sus inconscientes y desaprensivos alevines. Pastores ineficaces que se preguntan ante el continuo fracaso: ¿qué cosa hicimos mal?

Profesores y maestros, despistados, desmotivados; atrapados por la abulia y reos del sedentarismo intelectual y hasta del meramente dinámico. Docentes pelmas que han accedido a su oficio sin entender que esa tarea sólo es estimable si es vocacional, si se ha descubierto que se trata de un suceso continuo de renovación, y si se ha aceptado de manera previa el vértigo del descubrimiento perenne y la digna humildad del “enseñar aprendiendo” y viceversa. Próceres simplones converidos en ilegales compañeros de viaje camuflados con el fashion disfraz del colegueo.  

Sabemos que la filosofía, pese a la confusión imperante y al denuesto que ha sufrido por parte de muchos impartidores lerdos que la han dispensado sin afecto, es el sublime arte de saber preguntarse. Añadiremos, para clarificar, que se trata además de la destreza consistente en pensar con claridad y discutir con rigor. Algo -a pocas luces que se tengan- que nos parece muy necesario en nuestros días. Interrogarnos, rumiar con sensatez, confrontar ideas con escrupulosidad. Todo ello muy alejado de lo que a pie de calle se nos ofrece en debates televisivos, emisiones de radio, periódicos o círculos de tertulianos en los que todo brilla menos eso.


Puestos aquí. Alguien nos asegura que un tal Matthieu Ricard es “el hombre más feliz del mundo”. Se basan en un estudio del Laboratorio de Neurociencia Afectiva, de la Universidad de Wisconsin. No es de extrañar que ante esta noticia los ojos se nos abran como platos, y las antenas, que suplen la ramplona envidia por deseo digno de usurpar el saber, se nos ericen como picas hambrientas. A ver quién es éste tío listo y cómo lo ha logrado.



Matthieu Ricard es un francés de 65 años. Un biólogo, doctor en genética molecular, por el prestigioso Instituto Pasteur, en donde trabajó al lado del Premio Nobel, Francois Jacob. Un hombre que, después de varios años de ejercicio científico y de relacionarse con lo más chic del arte y la intelectualidad parisina, decidió irse a vivir a La India y luego a Bután. Ahora reside, consagrado a la vida monástica, en Shechen, Tíbet, cerca del Dalai Lama.

 Matthieu es hijo del filósofo Jean-Francois Revel, auto-declarado ateo y defensor pujante del liberalismo democrático, y de gran renombre como polemista, que falleció en el año 2006. Él y su hijo enfrentaron sus “antagónicos” posicionamientos vitales en un libro titulado “El monje y el filósofo”. Se trata de un texto de conversaciones en el que ambos repasan sus íntimas creencias en un ejercicio mutuo de introspección sincera.
Tras considerar ambos postulados, llegamos a la conclusión de que la ciencia y el progreso hacen más cómodas y mejoran nuestras condiciones de vida. Pero la gran pregunta, que nos hacemos a diario y sin necesidad de formulárnosla de una manera explícita es: ¿Pero cuál es en realidad la calidad íntima de esa vida tan repleta de bienes y tan confortable en apariencia?

Aquí es donde aparece la áspera evidencia: “Aceleramos constantemente para no ir a ningún sitio, y hasta logramos traspasar “la barrera del sonido” de lo inútil”. Atizamos a diario la caldera de nuestra hiperactividad de forma compulsiva, para no dejar espacio a encontrarnos de frente con nosotros mismos. Tratamos de llenar nuestro vacío con los mil cachivaches y aparentes deleites que no logran saciarnos. Huimos permanentemente hacia delante sin resuello ni rumbo. Ante tales evidencias, parece claro que sólo un viaje sincero hacia nuestro interior puede ofrecernos la posibilidad de una reconciliación personal en los entornos de la humildad, la compasión y el amor.  

Es este nuestro “dorado círculo”. Algo así como a lo que Aldous Huxley se refiere cuando nos habla de “la filosofía perenne”, cuando nos hace sabiamente caer en la cuenta de cómo, en lo verdaderamente esencial, todas las principales religiones y creencias humanas, resultan coincidentes. Centros, pues, de “nuestra verdadera tierra personal”.

Dicen los científicos que en la parte izquierda de nuestra corteza cerebral se contienen las sensaciones correspondientes al placer, mientras que en el lado derecho están las relativas a la depresión, la ansiedad y el miedo. El profesor de la Universidad de Wisconsin, R. J. Davidson, habla de “la plasticidad del cerebro” cual algo novedoso que nos abre grandes espacios de esperanza muy a tener en cuenta. Al parecer, contrario a lo que se creía, se trata de un órgano en constante evolución por lo que resulta ser bastante moldeable. Así surge la gran oferta. Algo que, casi con formato de reclamo publicitario, nos invita a embarcarnos en la atrayente y seria aventura del viaje hacia nosotros mismos. El cerebro no es un órgano definitivamente fraguado e inamovible, sino algo susceptible de cambios. Cambios que se gestionan a través del aprendizaje. No lo llamemos “meditación” que suena a iglesia o a individuo ingenuo que se ha dejado atolondrar por el Nirvana. Pensemos en algo, simplemente, científico.
j.y.


Matthieu Ricard. "Entrenamiento mental"


 



Que las protestas de los pueblos contra sus dirigentes corruptos, insensibles o inoperantes
no sirvan para su radicalización, sino para que "la paz, el pan y la libertad" 
vengan de la mano de la democracia, el respeto, la cultura y la tolerancia

 ARGELIA
 EGIPTO

 TÚNEZ

JORDANIA

YEMEN
MARRUECOS




SOBRE LA JUBILACIÓN Y LAS PENSIONES
(sin entrar a valorar el acuerdo)
Por una vez, y tras mucho tiempo,
nos alegra que nuestros regidores se hayan puesto de acuerdo en algo.




2 comentarios:

  1. Deseo que sigas ilustrándonos con tus opiniones, con tus discursos siempre interesantes y por supuesto ilustrativos y didácticos.

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  2. “Aceleramos constantemente para no ir a ningún sitio, y hasta logramos traspasar “la barrera del sonido” de lo inútil”...

    Sin ser conscientes de nuestra travesía es imposible pensar que controlamos mínimamente el timón de nuestras vidas.

    Recomiendo el capítulo entero de redes "La ciencia de la compasión". Lo vi hace meses y me pareció uno de los mejor de Punset.

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