Henri Matisse -1906- "La joie de vivre" (La alegría de vivir) (fouvismo)
Fundación Barnes - Merion - Pensylvania
Sí, sí; goce, goce usted mi señor, que si usted se deleita también a mí me salpica el charco suculento de su dicha.
No, no es esta la proclama excitada de una fámula dócil o una manceba complaciente en medio del furor de un trance orgiástico propio de quien aspira a hacerse barragana. Ni el de una doméstica atropellada por un señorito proxeneta de esos que creen que todo es de su propiedad, incluso las personas, y más si son hembras, jóvenes y de poca cultura o de escasos recursos. No, en este caso, no se trata de eso, aunque tal vez pudiera parecerlo.
Hace unos meses nos sorprendió una campaña televisiva en la que el eslogan era “Esto sólo lo arreglamos entre todos”. En ella diferentes famosos de buen ver o alto standing trataban de trasmitirnos la confianza necesaria para que de nuevo nos lanzáramos, como a calzón quitado, al noble ejercicio del consumo sin juicio y sin prejuicios, dándonos a entender que así y sólo así solventaríamos el asunto de este incómodo parásito al que llamamos “crisis”. Al parecer, el del consumo, es el único aceite que consigue engrasar la diabólica máquina que genera el progreso y que nos deleita a todos con los almíbares y aromas del mecénico “estado del bienestar”. Tras esta impactante y espontánea proclama se cobijaban dieciocho empresas cardinales del país, a quienes lo que más “importaba” (léase espantaba) era la estridencia espantosa en el asunto de sus beneficios. Esto es: había que hacer que sus balances de pérdidas y ganancias se alejara como gato escaldado de tener que entonar el fúnebre gorigori. Como veis, lo de estos amigos, pues que dicen “nosotros”, es todo amor, dulzura y altruismo.
Creo que el asunto no les funcionó y en pocas semanas se sumió en el olvido.
No obstante, opino que sí estaría bien que algunos consumieran un poco más. Veréis, vamos a dirigirnos a ellos:
Sí, mi señor o señora, usted que está entre esos 150.000 ricos riquísimos que decoran el retablo de los acaudalados en nuestro agobiado reino, gástese un poco más, no sea roñoso. No, no se alarme; no le pido que se lo dé a los cansinos pobres que tanto gimotean en las colas del paro. Ni que lo malemplee en los trabajadores a su cargo que boquean como peces pescados presintiendo la asfixia. No, no vengo con violencia o lanzando exabruptos para que nos devuelva lo escamoteado con sus manos de seda. No, no se me inquiete usted. Los estafados somos muy tolerantes; deben ser secuelas de esa educación judeocristiana que premia el sufrimiento y encubre a los canallas con la resignación del pobre. Yo simplemente le animo encarecidamente a que disfrute. A que goce, usted que tan bien lo sabe hacer, pues que se ha ejercitado durante tantos años en el fatigoso deporte del recreo, el fasto, el glamur y la holganza.
Mire, ya sabemos que no puede almorzar o cenar más que una vez al día, que no puede viajar más que en un coche al mismo tiempo, que sólo puede usar un palo de golf en cada golpe; eso ya lo sabemos. Pero, usted que tiene sólidos posibles y sabe cómo hacerlo, emprenda nuevos retos, sea osado, ambicioso; audaz aventurero.
Renueve y agrande la piscina, repueble el jardín con plantas más exóticas, construya (que eso sí que sabe hacerlo) una nueva ala para su mansión, adquiera otro chalet (el mundo es grande y Lugano bonito). Hágase un viajecito mucho más suntuoso que en otras ocasiones (mejor si es por España, aunque es muy probable que el suelo patrio le resulte poco atrayente a su avezado e intrépido espíritu), cómprese otro Ferrari o, mejor, abandonando bobadas y prudencias innobles, salte a un Porche Gemballa, un Yenko Chevrolet o un Bugatti Veyron; una “máquina regia” que deje boquiabiertos a sus distinguidos congéneres. Plantéese, incluso, lo del transporte aéreo con vehículo propio.
Pero también renueve el mobiliario que seguro que su exquisito ánimo está ya un poco harto de sentarse sobre el mismo sofá, tumbarse en la cama bajo el dosel de siempre o encuerarse y ponerse a remojo en el mismo yacusi. Aumente el batallón de gente a su servicio, que eso atiza y encandila siempre el ego de manera notable. (Tener personal innecesario da mucho goce y acrecienta el prestigio). ¡Ah! y búsquese un nuevo yate, que seguro que ya le es necesario. Organice más cenas y saraos, contrate palmeros que resuenen muy lejos. Tráigase amigos, si es posible extranjeros, y haga patria, hombre, que lo necesitamos como el agua en mayo.
Y luego, no descuide ni desatienda la bobada y la petulancia de sus tiernos retoños, que seguro que ellos le reclaman algún que otro capricho. Más que nunca es el momento de convidar (convitare: de con y vida) a sus dilectos niños con antojos pasmosos: algún nuevo caballo para sus trotes épicos, un raro master, mejor si es superfluo, tal vez en Los Emiratos Árabes Unidos, en la Antártida o en La Polinesia.
Y, en fin, dé rienda suelta a su imaginación, deje a su albedrío el yo autocomplaciente, y desparrámese en fruiciones múltiples, que de todo su alarde algo llegará a salpicarnos. Dicen los que saben de ello, que los impuestos son un modo de reparto social. En otros tiempos los nobles acunados y de alta prosapia, tenían a sus pobres censados en sus listas, y junto a sus lacayos, sus monteros y perros, se les nutría muy opíparamente de lo que rebosaba de la mesa del amo. ¡Noble pitanza la que cae del plato del magnífico! ¡Loada sea su espléndida gracia!
Y para que nadie nos quede descuidado, también usted ilustrísimo, monseñor o hierática eminencia, adquiérase un nuevo juego de sotanas, encargue un báculo más rico a un orfebre artesano, hágase tallar un crucifijo inédito, aprisione su dedo con una gema ardiente que provoque fervores en la feligresía. Renueve la colección de casullas y ropas de sagrado, pero que esta vez no se las corten ni borden las monjitas a cambio de gracias o vivienda futura en el cielo. En esta ocasión estírese un poquito y dé tarea a las encajeras de Biota, de Écija o de Estella. Proporcione una miaja de “curro” a los sederos de España, a los bordadores de Málaga o Sevilla, o a los orífices que tenga más a mano. Hágase una nueva turné a su casa de Roma o intensifique el programa de giras por su Diócesis. Invente sobre algo un “año santo”.
Pero también usted, usía, señor conde, excelentísimo señor, mire el ejemplo de algunos de nuestros avezados políticos y cómprese algún traje o algún capacho fashion, que por Levante abundan. Y usted, mi general, favorezca un baile, de aquellos de antaño, en Capitanía.
Y tú, abogado de bufete selecto, médico con consulta nutrida u odontólogo, ingeniero de exclusivos proyectos, artista aclamado, funcionario blindado, prejubilado o jubilado de la alta gradación, o gente en general con respaldo bancario o masa hereditaria llovida por la gracia de unos santos papás idos ya, por desgracia, o tú, sencillo deambulante con nómina segura, gasta un poquito más y no ahorres en mayores cuantías que como lo venías haciendo antes de este diluvio tan dramático que a muchos les tiene ya pingando y sin visos de oreo.
Así sí que es posible que “Esto lo arreglemos entre todos nosotros”. Aunque a deducir de lo que está pasando, deberíamos llegar a la amarga conclusión de que es todo una solemne burla. Una burla ante la que sólo cabría, como nos cuentan que pasaba en los conflictos del “Testamento Antiguo”, que la furia justiciera del colérico Dios viniera a redimirnos. Veis como, para algunos asuntos, Dios sí debiera seguir siendo implacable, vehemente e iracundo. Porque, si no es así, habremos de mirar a ejemplos más terreros escasos de poesía.
Claro que Francia es Francia; el epicentro de la cansada Europa; un pueblo con solera y un país con raigambre social por encima de todo. Un lugar donde la gente se toma “sus cosas” con firmeza y no da el beneplácito a rufianes ni a cantores de trágalas impúdicas. Nada, por otro lado, que no pudiéramos ostentar sus dignos convecinos, pero que no tenemos. Aquí todo es bastante más apático, más cateto y mucho más chelí. ¡Dichoso reino este!
j. y. 25.10.2010

Es posible que un día aprendamos, quizá lleguemos a copiar de Francia esa resistencia, ese afán por mantener lo conquistado, esa ilusión por la mejora y posiblemente ese orgullo por la denuncia del abuso y la corruptela.
ResponderEliminarEs posible que un día lleguemos a defender las conquistas logradas, el estilo de vida digno que nos merecemos, los valores que deben iluminarnos, aprenderemos a distinguir el bien del mal, al justo y honrado del injustos y desahogado. Seremos capaces de recuperar la dignidad
ResponderEliminarCrisis energética y no precisamente del petróleo sino de lo que nos permite movernos a los hombres, el alma!
ResponderEliminarUn amigo dijo:
ResponderEliminarEstos temas es mejor tratarlos con esta ironía y sentido común tan tuyos, si no, es para ponerse a llorar. Un abrazo
Estás pletórico ¿eh?, a esto lo llamo despacharse a gusto, y, un poco, a no dejar títere sin cabeza. ¡qué bien! .-sin cabeza. Defiendo pocas cosas en esta vida, pero lo de los franceses siempre me ha llamado la atención desde no se qué de una gillotina. A mi, un lugar que me gusta mucho, y más si estoy sentado en la terraza, es la Plaza Mayor de Salamanca. Sin mal royo, sin acritud, acorde al S.XXI y santas pascuas. Y sino, por lo menos que gastén dinero, ese que "mi amiga parada" y con una boca que alimentar no tiene y que me llamaba esta tarde para salir a buscar un nuevo alquiler de piso, más barato.
ResponderEliminar