sábado, 30 de abril de 2011

(7) EL NEBULOSO MUNDO.




Esa otra lluvia ácida que cala hasta los huesos.


No es sencillo entrar en ciertos lugares. Y no porque tengan sus puertas estrechas o los condicionantes para su acceso sean complejos, como ocurre en algunos clubs privados en los que los ricos o los aristócratas seleccionan así a sus compañeros de retozos, de chanzas,  cubil o abrevadero, preservando de ese modo sutil sus estatus o clases; su panoplias doradas e intocables.
No. Yo me refiero a aquellos perímetros en los que el esfuerzo y el empeño se mezclan con el dolor acumulado y siempre vivo, el sentido de culpa y el peso de un bagaje terrible atesorado con fruición, tal vez en unos pocos años o, incluso, sólo unos meses. Porque sabido es que hay realidades que nos surten de dolor a manos llenas, si es que se les permite hacerlo o nos pillan de espaldas o sin murallas y defensas fuertes.
Creo, sinceramente, que a la juventud de los últimos tiempos les ha tocado transitar por un paraje existencial de violenta rudeza. Amanecer a la vida en un verdadero campo de batalla en el que sin embargo los explosivos parecían hermosos fuegos de artificio henchidos de color y de celestes arabescos, la hambruna y las preceptivas cartillas de racionamientos eran (como las huelgas de los japoneses), justamente al revés, un alarde de promisión y de despilfarradora abundancia, y el lema escolar “la letra con sangre entra” se había cambiado por el “prohibido prohibir” y una bienhechora promulgación de los derechos del niño o del joven, que lejos de ser un regalo o un convite “fetén” , ha sido y es una solemne y malévola “putada”. 
Parece, pues,  un  cruel contrasentido constatar que todos los muchachos que han nacido en los mejores años del progreso de este reino nuestro, y, por tanto, han tenido a su disposición cuanto sus padres no tuvieron, hayan resultado ser los más vilipendiados que pueda imaginarse en una sociedad de opulencia y consumo. El deseo sincero, humano y hasta encomiable de querer resarcir en nuestros hijos cuanto “nos” no tuvimos, ha resultado ser un bumerang desleal y descalabrante.
Entrar en un centro de rehabilitación de toxicómanos es algo que (al igual que otros lugares que todos podemos conocer) nos golpea de bruces con una de las realidades más descarnadas de nuestros viles tiempos. Os lo voy a contar, si es que seguís leyendo.
Veréis. Quizás haya que decir que, a primera vista, la normalidad lo invade todo. Tal vez porque el dolor, cuando es verdadero, como todo sentimiento decente que se precie, no recurre a la espectacularidad ni a la estridencia, no usa de algaradas ni de estrambotes. El sufrimiento, cuando es profundo y puro, se viste las galas de la desnudez, se descalza para andar con los pies de la inmensa tristeza pisando tierra cruda y se descuelga collares y diademas para, únicamente,  engalanarse con los arreos de la desolación y el cansancio infinito. Todo ello en pos de una redención a través de la escueta verdad.
 No. La angustia no sabe de afeites, maquillajes ni rímeles; ni usa tatuajes ni máscaras. El desamparo y la nuda intemperie son sólo eso: desamparo feroz y grandiosa intemperie.
Pero esa es sólo la apariencia. Tras el velo con el que la cotidianidad cubre las vidas (aun a las más terribles que deambulan por nuestras aceras sin que nos demos cuenta), para hacerlas admisibles, estéticas e inocuas, se guarece otra realidad bastante más amarga. La realidad –en este caso- de quienes tras múltiples naufragios, repetidas decepciones personales, engaños, fraudes, violencias o delitos han perdido su estima, el afecto de quienes les amaban y estaban junto a ellos y hasta el apoyo sustancial del trabajo disciplinante, el dinero señuelo de ilusiones o los bienes que eran la decoración de todo su universo. Pero el seísmo, con ser de índice elevado, no sólo queda ahí. Punto y seguido hemos de dedicar espacio a la salud maltrecha, cuya sola mención resulta elocuente sin necesidad de hacer morbo o pormenor de ello. 
Pero veréis. Pese a los infortunios, aquí y  ahora, la realidad es otra. 
Se trata de creer nuevamente en la vida, y eso no es sencillo cuando la vida nos ha convertido en uno de sus desheredados. Se trata de remontar un vuelo sin alas y sin planos, y con nulos conocimientos de física y menos de aeronáutica. Se trata en volver a ser creíble, primero para sí, y luego para todos aquellos a quienes burlaron, mintieron, negaron, robaron o escupieron a la vez que todo esto, cual el que escupe al cielo, les caía sobre su misma cara cual goterones groseros de una burda tormenta de verano. Se trata -en definitiva- de volver a ser, de reinventarse: de hacerse de nuevo a sí mismo.
Pero para esta obra arquitectónica no es posible la utilización de nuevos materiales. Para el alzado de este edificio no existen inventos novedosos, ni avances tecnológicos, ni siquiera los conocimientos de expertos asociados. En el alzado de esta nueva vivienda de uso personal sólo sirve el aprovechamiento del material producto del anterior derribo. Se trata de seleccionar aquello que pueda ser salvable de cuanto el terremoto dejó detrás de su destrozo. Y es ahí, entre los personales y subjetivos escombros, donde hay que escarbar cual hambriento en muladar maldito para obtener cuanto es necesario para la subsistencia y el trabajoso izado de una nueva cabaña.
Algunos aseguran que sólo el alimento y el cobijo son imprescindibles para la subsistencia. Yo creo que además de eso, sólo la existencia parece tener sentido si se da y se recibe el afecto de quienes nos rodean.  
Subsistencia, cobijo y afecto.  Elementos imprescindibles para el sostenimiento en los periodos críticos. 
Pues bien. Así percibo yo el pálpito junto a esta gente que pugna por la vida con el fervoroso ánimo de quien, a trancas y barrancas, brega por volver a tejer una esperanza entre tanta devastación y tanto desamparo.
En un principio el intento lo hacen con la ilusión ingenua de quien no se permite mirar a sus vestidos para no ser consciente de que aún va cubierto de lastres y de harapos. Todo es, pues, pujanza y anhelos.
Después, tras los primeros envites y torneos librados en los asolados terrenos con “su yo enemigo”  y su escueto equipaje, se van afianzando en una confianza precaria, pero que día a día es un presagio de ulterior fortaleza. Todo rezuma tanteo, prudencia, estoicismo e inseguridad. Tal vez por eso, yo entro de puntillas, no para no hacer ruido sino para, si alguno ha desistido en la ardua contienda, percibir la noticia desde el más respetuoso de los silencios tácitos. Es imposible no generar afecto hacia aquellos que libran semejantes peleas. 
No es fácil acompañarles en esta andadura. Sólo desde la entrega y el afecto que va mucho más allá de una profesión o una especialidad terapéutica puede alguien implicarse en estos universos. Admirable es, pues, la labor de quienes, día a día, acompañan en estas singladuras de mar embravecido. Únicamente desde el misterio personal puede alguien embarcarse en esta travesía de precarias pateras en las que sólo algunos llegarán a buen puerto e, incluso, sólo algunos no serán después repatriados. 
A esta labor puedo yo llamarla creer en el género humano. Mi afecto, mi respetuosa y minúscula colaboración y mi inmenso agradecimiento a ellos por cuanto me regalan.  


j. y. 18.10.2010

5 comentarios:

  1. Es dificil no perderse cuando la élite que nos gobierna parece buscarlo. Se me acaban de pasar por la cabeza las declaraciones de Felipe González hace unas semanas, sobre una hipotética legalización de las "drogas".

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  2. Alguien, que no sé quien es, ha tratado de enviar un comentario que no ha llegado bien. Para poder publicarlo aquí ha de volver a enviármelo.

    Un saludo Javier

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  3. José L. Salvador ha dejado un nuevo comentario en su entrada "EL NEBULOSO MUNDO":

    La cuestión, me parece, es que quien precisa de una urgente rehabilitación no son sólo los toxicómanos, ni los internos, ni los desheredados en general.

    Quien precisa de ella es toda la sociedad, que está absolutamente perdida. Y semejante tarea no está siendo emprendida por nadie: al menos por nadie que tenga capacidad y poder suficientes para ello.
    18 de octubre de 2010 14:37

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  4. A los jóvenes que me he encontrato, a quienes la vida les ha llevado a sobrevivir en los márgenes y aprender las leyes implacables que allí reínan y acampan haciendo estragos; les arranca de allí que alguien se atreva a acogerles y quererles; luego en la confianza profunda, vendrá el tiempo de reconstruir. Piluca

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  5. Me ha encantado este escrito tuyo.... por el respeto profundo hacia el sufrimiento de las personas, la mirada cercana que descubre la condición humana y sabe de sus luces y sombras; y estoy de acuerdo con Piluca; creo que es el afecto, el amor concreto, el que nos permite poder salir del agujero.....porque el otro con su mirada nos está diciendo que somos valiosos, que hay algo en mi que todavía vale la pena, cuando tu ya has dejado de creer, y vuelves a apostar por VIVIR, que es lo que todos anhelamos.

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