sábado, 30 de abril de 2011

(5) LIBERTAD



Un peligroso “manos libres” y no para automóviles.


Hay enunciados ante los que uno siempre debería colocarse de pié. Esto es: firmes. Tieso e inmóvil como nos enseñaban, a los que hicimos la mili, que debíamos rendir honores a la enseña nacional, a los valores patrios y, por supuesto, a los notables jefes militares y altos dignatarios de aquel Glorioso Movimiento Nacional. (Hay movimientos que gracias a dios ya se han parado; quedando, más que “firmes”, convertidos per saecula en estatua de sal cual Yrit, la indiscreta mujer de justo Lot).

Hay enunciados ante los que yo, si siguiera siendo el papasantos que me exhortaban a ser durante mi infancia y mi primera adolescencia, no tendría más remedio que entrar en una lóbrega iglesia, buscar una imagen lacerada por la mayor inquina de felones judíos (de los neo-testamentarios) e, hincado de hinojos, ponerme a temblar por respeto y santo azoramiento. No es para menos el cuadro.

Por eso, cuando quiero imaginarme qué es la libertad, siempre recurro a aquella visión de emocionado y desconcertante estupor que me produjo el desierto la primera vez que estuve ante él. Una infinita maravilla de sobria y brutal armonía; una ingrávida gasa de irisaciones ocres bajo el rotundo cielo. Una cinta de viento contenido y sol abrasador, entre la que, sin poderse ocultarse nada, todo era un misterio profundo y perdurable.

 Así es mi concepto de la libertad.

Luego (no sé si antes o después de fijar en mi mente esta elocuente imagen) me zambullí en Erich Fromm, y su “Miedo a la libertad” me dejó totalmente pasmado. No puedo definir de otro modo lo que me produjo la lectura del venerable libro. Desde entonces ando beodo a diario, pues el de la libertad, junto al derecho a la existencia, son el sol y la luna de mis días. Uno, cómplice con al agua, nos insufla la vida, la otra, además de otras cardinales tareas, mece la mar y anima a ésta a acariciar las playas. Pálpito y sentimiento; fuerza y razón; amanecer y ocaso.

Tal vez por todo ello siempre me haya parecido terrible el hecho de que alguien renuncie a su libertad, y más espeluznante aún que alguien se la usurpe a traición o por violencia a sus semejantes. El asunto llega a su cénit de infame perversión cuando esto se hace en nombre de unas usanzas y costumbres arraigadas, un inspirado ideario político o la fe en un dios incuestionable. (Unos usos y costumbres que siempre favorecen al que los preserva y aplica cual Can Cerberos tenaz e irredento, unos principios de gobierno que sólo dictan quienes los implantan y se nutren de ellos, y unos dogmas que parece ser que el dios de turno sólo decreta en la misma oreja de sus eclesiásticos y administradores cicateros). Claro, que si no es teniendo un buen bloque de gelatina integrista en la “perola” o un corazón henchido por el fogonazo iluminador de una deidad colega y caprichosa no se puede atizar el fuego de tanto desquicie y malevolencia. 

Yo creo que a resulta de esto, me ha nacido un profundo respeto por aquellos que, responsablemente, han tomado sobre sus hombros la ingente tarea de administrar justicia. Pues quien gestiona la justicia, algunas veces, por encargo social a través de la legislación de que nos hemos dotado, han de privar de libertad a algunos. Jamás creeré yo bien pagado ni con peculio ni con agradecimiento a quien hace esta gravosa fajina con rigor y conciencia. (Aunque este asunto habría que tratarlo en un espacio aparte, máxime en estos días y en este “reino” en el que la justicia nos confunde a quienes la observamos, y parece estar chapoteando en medio de un naufragio de orden y dimensión nacional).

Es duro sufrir la falta de las libertades. Es triste contemplar cómo los dictadores, furtivos tras la maleza de su batallón de leguleyos, sus complacientes e histriónicos chanceros y sus conmilitones bien amaestrados, practican sus batidas de caza aún dentro de los cotos de sus Parlamentos Nacionales. Y esto en países potencialmente ricos y con certificado democrático. Es lamentable ver cómo un discurso inflamado de patriotismo de peltre u hojalata arrastra a los demócratas más dóciles y bien intencionados y, bajo malabarismos más propios de un escamoteador cleptómano, les mete la mano vertiginosamente en el bolsillo y les roba el respetable voto sin que los  embelesados se percaten. De inmediato se derogan leyes, se hacen otras nuevas veloz y torticeramente, se blindan los estrados y se funda el coro de cantores oficiales; las falsas voces blancas que trinaran con nácares sonoros las nirvánicas excelencias del guía mesiánico. A renglón seguido, algunas pinceladas de color en las ropas (el rojo encendido o el verde oliva van muy bien para estos disfraces), algunos trastoques de escenografía, algunos señuelos de solemne ascetismo, y todos tan contentos y a pacer.

Tal vez sea bueno que en algún país que todos conocemos, en estos días, se haya perdido una de esas temibles mayorías absolutas que dejan manos libres a quienes no les interesa la libertad nada más que para eso: para sus manos libres. Pero, al mismo tiempo, y como la carcoma de la iniquidad está dispuesta a horadar cualquier tipo de jácena, no es extraño que hace unos pocos días, en otro lugar, de aquel mismo continente estigmatizado, se haya querido matar a un presidente electo por los votos, por el hecho interesado de unos pocos. Y es que por allí así parece pendular la cosa, entre la avarienta buscona y el proxeneta infame; entre el señor del gran sombrero blanco y el irreductible golpista usurpador, como en el caso de Honduras. Cara y cruz de una misma moneda, en cualquier caso, falsa.

Ahora os invito a escuchar una emblemática canción.

 ¡¡¡Que os sea un disfrute!!! 
j.y.     3.10.2010
(pinchar en este enlace)

1 comentario:

  1. Estimado Javier: Alertado por tu nota en el facebook, entro aquí y, para mi regocijo, compruebo que tu blog se va llenando de comentarios y de amigos.

    Enhorabuena, pues.

    Al mismo tiempo, mientras leo, me inunda la mente la imagen de un presidente televisivo, campechano y sonriente, que ha conseguido recientemente, gracias al conveniente amaño de los límites en los distritos electorales, que la oposición de su país, limpia ganadora en unos comicios legislativos, consiga sin embargo menos escaños que su propio y presidencial partido.

    Mal vamos si los que se dicen abanderados del pueblo y la izquierda, la traicionan de semejante modo. Como ese otro, siempre locuaz y barbudo,que, desde una cercana orilla del mismo mar, dictó en su isla durante décadas una voluntad teñida de imposición.

    Malo es ese ejercicio de progresismo, que olvida que la libertad es premisa previa, ineludible, irrenunciable para cualquier búsqueda de la igualdad.

    Mientras tanto, los físicos, que viven en otros reinos, nos dicen que la única libertad real en nuestro mundo es la de lo ínfimo. La del electrón, por ejemplo, que a cada instante dispone de toda una nube de alternativas, entre las que escoger para materializarse. Nos dicen no obstante los que saben que todas esas posibilidades nunca serán más que eso hasta que una mente consciente piense en ellas y haga que el buen electrón (y sus millones de acompañantes cercanos) se "colapsen" en una opción concreta.

    Asimismo, miríadas de granos de arena en el mar del desierto, parecen siempre abocados a seguir los dictados del viento, no desviándose ni un milímetro de lo que su mandato impone.

    Pero quien sepa mirar podrá entender que, realmente, cada ínfimo grano es un inmenso nido que alberga miríadas de átomos, donde las partículas, locamente aleatorias, sí pueden elegir.

    Así pues, quien contempla el desierto por primera vez (o quien lo hace por última), acierta al sentir en su contemplación el palpitar de la libertad: en medio de esa inmensidad, hermosa y aparentemente imperturbable, bullen millones de minúculas decisiones que influyen en el todo mucho más de lo ningún presuntuoso dictador pueda imaginar jamás.

    Quizás nosotros, en nuestro mundo de humanos, debiéramos vernos también como si de partículas elementales se tratase: sólo en ese momento, cuando nuestra conciencia comprenda que nuestro papel ES relevante, sólo entonces, digo, quizás conquistaremos alguna pequeña brizna de libertad.

    Y, por cierto, al hilo de algo que comentábamos otro día, aquí queda esto:

    http://www.youtube.com/watch?v=9BjHvwSvpOw

    El secreto reside en lo más profundo.

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