sábado, 30 de abril de 2011

(1) "LA PALABRA"


EN EL PRINCIPIO

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

(Blas de Otero)


Siempre, los grandes descubrimientos de la humanidad han sido un sorprendente regalo para todos. Pero cada uno de ellos ha traído, junto a su carácter de dádiva esplendente y generosa, su intrínseca exigencia de don que hay que merecer. Porque, en el fondo de los fondos, nada es ni debe ser gratuito en este inmenso salón de baile que hemos dado en llamar “nuestra existencia”.

Ahora, nosotros, más que nunca, podríamos asegurar que nos queda la palabra; que tenemos la palabra: que la palabra es nuestra.

Millones de millones de millones de palabras surcan el cielo metafórico de nuestra inconmensurable galaxia de la comunicación. Hablamos más que nunca, nos manifestamos, nos explicamos, publicamos, argumentamos. Decimos y desdecimos. Pontificamos, disertamos, apostillamos, opinamos, criticamos, aseveramos. Pudiera asegurarse que hemos conquistado el derecho inalienable al púlpito, la tribuna, el estrado y, hasta, la más solemne de las cátedras. Eso está bien. Mucha sangre –digo sangre en sentido real y trágico del término- le ha costado a la humanidad hacerse reconocer y alcanzar este derecho. Mucho dolor y mucha sangre para poder hablar con libertad en esta parte del mundo en que nos asentamos aquellos que somos los privilegiados.

Pero ahora también, las nuevas tecnologías, e internet como auténtico paradigma de ellas, nos exigen y retan a situarnos ante ellas con un luck de verdadero respeto y un atuendo de adecuada decencia. A cada ámbito le corresponde un hábito, un manto; un traje diferente. Dicen que eso, si se hace de manera exquisita, es el apreciado glamour que tanto prima y tanto se persigue aunque a trompicones.


Y, sin embargo, con relativa frecuencia se cruzan opiniones, se emiten juicios, se hacen valoraciones, se denuncia o se ensalza a personas, actuaciones, situaciones o casos, sin que tras los posicionamientos haya una sólida argumentación, una cuidada arquitectura documental o una sosegada toma de postura avalada por la reflexión, la ética y el compromiso moral de quienes se pronuncian. Por el contrario, en esta peripecia de “la opinión exprés” suele ganarnos la vulgaridad, el insulto grosero, el atrevimiento castizo, el burdo chascarrillo, el grandilocuente atropello, la ruin bravuconada, en definitiva: el simplismo cerril de quien a la palabra sólo la cree sonido, y muchas veces tan sólo ladrido arrogante o grito destemplado. Y así nos va.

La gran aula televisiva nos alecciona en esto con mérito y fruición encomiables. Programas y programas donde el exceso y la zafiedad son la pitanza y el abrevadero de una ganadería nacional que, sin embargo y por mor de no se sabe qué ingerido narcótico, nos sentimos pertenecientes a una nueva y dignamente conquistada clase culta, informada y –si me apuro- hasta aristocrática. Miserable miseria esta de ser incapaces de ver nuestras ruindades de opinión alhajadas de vil bisutería y creerlas enjoyadas de preseas radiantes. Así nos va.

j. y. (1-9-2010)

2 comentarios:

  1. Todo lo que comentas es cierto, Javier. Aunque también lo es que no hay nada nuevo bajo el sol: el ser humano es el mismo de antaño (pocos miles de años de presunta civilización no dan para nada, no han permitido aún a la especie evolucionar para adaptarse a las revoluciones que ella misma ha ido creando).

    Creo que lo que ocurre hoy en día es que nuestras limitaciones resultan más patentes: nuestra tendencia al prejuicio y la superficialidad ya no encuentran lugar donde esconderse, pues todo es público.

    Pero también es cierto que, junto con nuevas vías para el adocenamiento y la masificación,surgen ahora nuevas posibilidades de comunicación y de introspección; de diálogo y de meditación. Las abre internet. Esperemos que no las cerremos nosotros.

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  2. Pilar Rodriguez Sánchez Y LA PALABRA NOS NOMBRA Y DEFINE; PROVOCA , DENUNCIA Y AMA. MENOS MAL QUE NOS QUEDA LA PALABRA

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