lunes, 24 de febrero de 2020

(68) Un final anunciado.






(Nací en Cistierna, viví y trabajé en Villablino).


Casi habían pasado cincuenta años. Dejó su coche en un lugar discreto, evitando así invadir el espacio. Aunque espacio era lo que sobraba desde el cierre de la cuenca minera. Nada era como lo recordada, pero sí podía intuirse el soterrado esqueleto de aquel pueblo como una osamenta veraz, recia y persistente, cubierta por un polvo tenaz y una neblina tenue. Las cinco de la tarde sonaron a caldero oxidado. Alzó la vista. La torre se erguía impertérrita; sobria y desdeñosa como dama arrogante que no hiciera concesiones a nadie. Santuario vacío atufando a sacristía vieja. Costaba creer en el bullicio de antaño. Ahora todo era ausencia de rumores, de pálpitos y perros. Tras un rato en sí mismo, y casi con pereza, halló un alojamiento. Cena frugal, sábanas húmedas, y un adentrarse en las hilas del sueño impreciso y a tientas.

Cuando amaneció bajó hasta la estación. Un espectro desnudo y atemporal se irguió ante sus ojos. La mañana era tibia, pero un escalofrío inquietante lo cubrió como un ropón raído. Estructuras curvadas, una pátina de herrumbre;  ferrallas imprecisas, raíles cosidos al suelo por las hierbas, vagonetas embarrancadas ante un mar de mutismo, añoranzas y muerte. La cuenca minera era desolación, negrura y abandono. Vestigios sordos de una guerra perdida en mil trincheras cruentas y terribles. Un poco más allá, el limpio Sil discurría ajeno a todo, ceñido por un corset de laderas luminosas y verdes. La luz era cristal y plata por donde se posaba.

Recordó a su padre fatigado subiendo hasta la bocamina. Se recordó a sí mismo, con el pelo al cero, el  jersey azul  tejido por su madre, y los pantalones cortos con tirantes. Recordó el olor del tazón humeante de café y migado de pan. Y recordó al canario.

Su padre lo llamaba Luisito. Cada mañana él se encargaba de cambiarlo de jaula;  apenas medio palmo por lado. En cuanto le enfrentaba las puertas, el animalito pasaba de una a otra con viveza de acróbata. Luego con el farol, el morral y la jaula, subía a la zaga de su padre hasta la entrada del pozo Santa Ana.  Allí se lo entregaba y esperaba hasta que el montacargas los sumergía a ambos en la noche del pozo. Después bajaba a todo meter para no llegar tarde a la escuela.

Por la tarde, al terminar, subía de nuevo y esperaba a que la desabrida sirena bramara la conclusión del turno. Aguardaba ansioso a ver emerger a su padre y a Luisito del negror de la tierra. Se le desbocaba el corazón en cuanto veía moverse y chirriar la polea que anticipaba el inminente ascenso. El pájaro saltaba gozoso en el minúsculo habitáculo en cuanto avistaba la luz dorada de la tarde o el candil de la noche en invierno. Debía celebrar que seguía con vida.

Cuando la silicosis desvencijó a su padre, y la tos lo confinó, y la fiebre lo ató a la cama, él siguió subiendo cada día a Luisito hasta el Santa Ana. Se lo entregaba a cualquiera de los de la cuadrilla. Todos lo querían como a un salvador.

“Anda, llévales a Luisito para que les avise si se sueltan los gases” –le decía su padre.

Así lo estuvo haciendo durante más de un año, hasta que su padre acometió su propio vuelo. Y lo dejó de hacer, no porque le pesara semejante tarea, sino porque, tras él, Luisito, tal vez convencido de que ya había cumplido su misión, un día también se durmió para siempre. Pero lo hizo por la noche, apaciblemente y en su jaula grande, junto al comedero con cañamones, alpiste y agua fresca. Como quien reposa orgulloso tras la misión cumplida. Ahora era la comarca entera quien había concluido su último trayecto.                                                                                                                            j. yáñez

8 comentarios:

  1. Morir en la cama (o en la jaula) es, quizás, el anhelado destino de quienes, por llevar una vida de riesgo, pueden temer un final peor.

    Morir en la cama (o en la jaula) es también una forma de recordarse, más que de ser recordado.

    El recuerdo no es, así, una forma de supervivencia, sino más bien la muerte misma. Lo es tanto como la premonición, cuando ambas no llegan tras un suceso imprevisto, sino que son como crónicas de lo largamente anunciado.

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  2. Gracias, Jose. Tus comentarios siempre enriquecen. Un abrazo.

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    1. Un abrazo, querido Javier.

      Siempre es un placer abandonar la vorágine, aunque sea solo durante media hora, para leerte, dejar lo urgente y recalar en lo importante.

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  3. Me gusta.
    Y curioso este relato, muy breve y a la vez te mete estupendamente en ese mundo, en esa desolación de las personas y de los lugares; de lo que fueron y de lo que son

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    1. Gracias por aportar opiniones que completan y enriquecen siempre.

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  4. Ya te he comentado mis sensaciones al leer tu relato y reitero lo dicho.
    Esa forma de expresar momentos y sentimientos, con esas palabras tan nuestras, me llegan al corazón.
    Gracias por todo lo que haces.

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