sábado, 7 de marzo de 2020

(69) El equipaje para una vida.



Viví mi infancia en Coria (Cáceres)


La tarde era como el flamear de una plancha de cobre incandescente. Un bochorno aplanador encofrado entre las estrechas calles empedradas y de fachadas blancas. Era el sopor amordazado de una perenne y sacrosanta siesta.

Salían en estampida de la escuela. Carrera desenfrenada y a trompicones por las calles. Entrada en casa con portazo anunciante, liberación supersónica de bártulos y reclamo urgente de merienda. Olvidada ya la escuela de la  señora Margarita. De sobre nombre “macho”. No porque la simpar docente exhibiera sugerencias andróginas ¡qué va! Sino porque su descomunal apariencia era siempre la de un oso pardo caminando a dos patas y vestido de luto. Por otra parte, poseía un corazón enorme, una sosegada paciencia, una bondad infinita y un eructo eterno a gazpacho con ajo. Vara de fresno de al menos cuatro metros, la permitía, sin levantarse de su estrado, alcanzar a toda la geografía de la sucinta aula y, por tanto, a todas las cabezas rapadas siempre al cero. Los piojos cohabitaban. Doña Margarita “macho” no es que fuera maestra, pero sí hija de maestro difunto, de quien, sin duda, se daba por sentado, que debía por fuerza haber heredado las sapiencias suficientes e idóneas para desasnar criaturas.

Una rebanada de pan cubierta de dorado aceite o densa nata, y nevada de azúcar, o un zoquete de pan y una onza (así se le decía) de chocolate a la taza de “Gaspar Pérez”. Áspero como tierra endulzada pero con la prometedora esperanza de encontrar en su entraña, envuelta en papel de plata, una moneda de cinco pesetas; un duro de a veinte reales; una fortuna enorme. Cuando eso se daba (porque sucedía a veces), se paraba la tarde de emoción.

Y luego, sin pérdida de tiempo, a jugar al toro. El manillar herrumbroso de una bici vieja, cogido del revés, era la cornamenta. Y  la chiquillería al completo a gritar y a correr y a subirse a las rejas, pues el impostado morlaco daba resoplidos feroces y envites rudos a diestra y siniestra con afanes malévolos. Aquel toro fingido iba y venía, pasaba bajo los pies encaramados envistiendo con furor de arrebato. El desafío erar bajarse de la reja, citarlo desde lejos y, cuando se aproximaba, volver a encaramarse de un salto con pericia de atleta y burlarlo. El alboroto entonces se desbordaba.
Luego a la pídola, al pañuelo. Y así hasta dejar agotada a la tarde. Y ya, entre dos luces, trazar una pícara aventura de escondite. “¿diecinueve y veinte… Ronda ronda, el que no se haya escondido que se esconda!”

La llamada a la cena, iba despejando la calle con un repetido: “¡Jo, ya me llama mi madre!”

Tras la colación se volvía  a salir, pero ya a contar chistes , enjaretar ocurrencias o sucesos de miedo, sentados en un círculo en el suelo. El calor en las lanchas de pizarra seguía casi intacto.

Al requerirlos a dormir, el gesto de desencanto iba de uno a otro, según les tocara la bola.

A él le dejaban arrimar la colchoneta al borde del balcón. Con semejante bochorno conciliar el sueño resultaba imposible. Era el momento de serenarse, perderse  en las estrellas y viajar. La escasa iluminación en la calle, le permitía ascender imaginariamente y diluirse en la bóveda inmensa. Soñar así era el regalo final de un día vivido en  plenitud y dicha. 

Y recuerda: El taller de José el zapatero era un bazar precioso  de las mil  y una noches. El portal de los de Rodrigo un oasis de frescor casi indescriptible. La escalera de la señora Sandalia un ascensor de cristal a lo eterno. El patio de la señora Antonia “la manica” un jardín del Edén. La casa de Aurelia y Mari un remanso de dicha. Estaba el señor Guillermo, el verato, el señor Domingo  y la señora Teresa con su mula cual mitológica acémila. Y  más allá, tras la curva de la calle, la casa tenebrosa del Coyote. Esa era la calle que llamaban del Cuerno, aunque en realidad y en finura figuraba como calle de Gabriel y Galán. Menuda diferencia de nomenclatura.
 
Todo éste era el retablo magnífico y dorado de su infancia; el equipaje verdadero de su vida. Y a él retornaba como a un refugio seguro e infalible. Porque esa luz es siempre su faro, la auténtica verdad de su existencia. 
                                                                                                                                        j.yáñez                                                                                

8 comentarios:

  1. Muchas gracias Javier por la magnifica y sentida descripción de estos recuerdos que hemos vivido los nacidos en los años 50.Saludos enclaustrados

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    1. Saludos también para ti al compartir recuerdos que a todos nos hacen poner en presente aquellos días felices de la infancia.

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  2. Que tiempos tan bonitos, muchas gracias Javier

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  3. Que tiempos tan bonitos, sin prisas....
    Gracias Javier

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  4. Que precisión en el detalle y recreo en aquella etapa de nuestras infancias.
    Dejas un sabor a nostalgia, a tiempos pasados que solo quedan en nuestros olores, sabores, colores.
    Me acuerdo cuando Luis me contó de un tiempo en que estuvo con vosotros en Coria...
    Un abrazo

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  5. Como sabes, yo nací y pasé mis primeros años en esa calle del Cuerno cuyo escenario y personajes tan sugestivamente describes. Me haces rememorar tantas vivencias que constituyen, también para mí, la esencia de mis orígenes... Gracias.

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  6. Gracias siempre a todos vosotros. Un abrazo muy fuerte.

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