miércoles, 19 de diciembre de 2018

(67) 19.12.2018 El inmenso silencio


El inmenso silencio





(Cuando formulamos una pregunta esencial, solo nos responde un inmenso y ensordecedor silencio). 

1

1982 Frontera kurda, entre Irán e Irak.

Puntos de plata herían con su tajo de hielo el cielo azulado y hacían retumbar el alma del viejo tambor de las montañas. Por las noches un diluvio hiriente quemaba el horizonte con mil rosas de fuego, que también cauterizaban la piel y las entrañas de la gente. Mascando polvo y terror, como ratas despavoridas, los kurdos se hundían en las huras de los rojos farallones como en un pellejo seco de carnero que hubiera sido olvidado a la rudeza del sol.

Agotado, con un enorme tablero a la espalda, cual torturante caparazón, Said avistó la aldea casi calcinada. “¿Alguien quiere aprender?” Gritaba su boca hambrienta y seca ante un silencio impasible. “Sólo pido comida”. Nadie le respondió. Nadie atendió su presencia.  Pero como no lo apedrearon, se agazapó derrumbado junto a una tapia de raidos y dorados adobes. A la puesta del sol, una mano le dejó agua, un trozo de pan y unas aceitunas. Comió con ansia y se durmió.

Todos los muchachos eran acémilas que, escabullendo riesgos, trasegaban mercaderías de uno a otro lado de la línea al amparo de la mayor negrura. Por el día dormitaban ociosos. Los más pequeños no se atrevían ni a llorar, no habían tenido nunca ni el derecho a hacerlo. Silencio y terror era su aire.

2
1990 Aldea kurda.

Un remolino de harapientos lisiados lo rodeaba cada mañana apenas salía de su covacha a la primera hora. Una algarabía de risas, empujones, muñones o pies descalzos disputando poder asir su mano. ¡Merheba mamoste! ¡Rojbas mamoste! El sol ya abrasaba. El trayecto era toda una fiesta. El rincón de dos tapias carbonizadas sujetaba un entrelazado de ramas secas de palmera. Allí solo la negra pizarra que él  trajera a su espalda, surcada de sabios arañazos. Unos pocos asientos de adobe. La dicha de aprender ponía música, alegría y sonrisa en los rostros curtidos y ojos negros. Cuando la nieve tendía su blancor de frío intenso, se quedaban apretados en su cubil, entre el humo y la oscuridad, pero el espíritu era igual de luminoso.

Cuando dijeron que había terminado la guerra, le asignaron un lugar para que atendiera a los pequeños y tullidos; los otros debían seguir con el acarreo nocturno entre las fronteras. Según crecían, se les buscaba una tarea más provechosa para la familia. Los bancales, las cabras…

3
2017 Un día del mes ocho (shaar tminia).

Sin previo aviso, la oscuridad tronó hacia Occidente. Las montañas sin razón bramaron como en los viejos tiempos. Fue un único rugido seco. La aldea soñolienta y despavorida se echó de bruces a las calles. La trágica negrura lo cubría todo. Ni la luna ni una sola estrella hacían de vigías en el cielo. Los ojos soñolientos se desorbitaron. Y los instintivos y desgarrados gritos de las mujeres tejieron de dolor la noche ya ajusticiada. Los hombres urgieron sus pies descalzos por el empinado sendero que unía las dos tierras. Las ansias y los resuellos les ahogaban. 

Lo trajo al clarear su padre. Inerte. La desolación y el dolor sellaron a los ayes. Ceñido en un lienzo níveo lo soterraron mirando hacia La Ciudad Santa. Su hermano, el pequeño Beh, que ya los acompañaba aquella noche en el mercadeo furtivo no volvió a articular palabra alguna. Tal vez había gritado a Allah, y seguía a la espera de que Él le respondiera a su ingenua y dolorida pregunta: “¿Por qué?” 

4
Tras el dolor.

La escuela de Said recibió al silente. El maestro rogó a su padre. Le argumentó que, aunque fuera un aturdido absorto, seguro que era mejor estar allí que permanecer aislado. Los muchachos en los ratos de asueto pateaban un rebujo de trapos viejos y gritaban alegres. Beh, apartado en un rincón del recinto exterior, trazaba con su dedo sin cesar hermosas formas vegetales sobre el polvo. De vez en cuando, la algarabía, cual tormenta de arena, acudía y pateaba la obra disfrutando su hazaña. Él les miraba enajenado sin reacción alguna. Tal vez volvía a preguntarse: “¿Por qué? El maestro lo contemplaba paciente y entrañable. Permitía la agresión confiando en que un día el muchacho se enfurecería contra los saboteadores. Mientras, le ofrecía una dulce sonrisa de complicidad. Sus ojos se cruzaban, solo eso.

Un día Beh dibujó una palabra santa:   Cuando los muchachos fueron para desbaratar el grafismo, el maestro Said grito airado: Alto ahí!!! Todos quedaron petrificados. De inmediato entendieron la razón de la encolerizada voz de su maestro. El nombre de Dios era intocable. 

5
El agua, la tierra, el sol.

Aquel día los chicos se fueron silenciosos a sus casas. El maestro se retiró pensativo. Beh siguió en su mundo ajeno al incidente. El viernes, el maestro Said, tras asistir al rezo en la mezquita, bajó paseando hasta el abrevadero. Los días eran largos y, allí, el frescor del agua mitigaba el calor. En su interior seguían conmoviéndole los preciosos grafismos que trazaba el muchacho. Su arte era asombroso. Sin duda, Allah lo bendecía y era Él quien movía su alma y su mano.

Al comenzar la jornada siguiente, propuso a sus chicos bajar hasta el oasis. Allí la tierra empapada era bermeja y arcillosa. Jugaron en el barro. Les enseñó a amasarlo con los pies y a hacer figuras y tortas de greda. Se embarraron, a pesar de haberse remangado. No importaba, con el sol, aquellas salpicaduras se iban apenas se frotaban. El regocijo fue máximo. El maestro Said ya no estaba enfadado. En unas parihuelas improvisadas con palos y juncos se llevaron una buena carga de aquel barro rojizo. Llegaron a la aldea, embadurnados pero  exultantes.
Desde aquel día, la exigua escuela del maestro Said está decorada con las más bellas placas de arcilla esgrafiadas. Motivos vegetales, aves, alabanzas a la deidad, decoran aquel rincón donde se ama la sabiduría: todas las expresiones de la Sabiduría. El maestro Said sigue sonriendo con cariño al silencioso Beh. Mientras, el tiempo sigue su curso inexorable. Eso es la vida: solo eso.
j.y.
                                                                                             Navidad.  2018


"La pizarra"
Película extraordinaria.

7 comentarios:

  1. Cuando el silencio traduce al alma mejor que las palabras, conviene callar. Cuando las manos moldean las emociones de manera más nítida más que las cuerdas vocales, conviene hablar a través de ellas.

    Y cuando la noche retorna, larga, nada como el rojo fuerte de la húmeda arcilla, primero amasada y luego seca, para expresar todo aquello que ninguna lengua fue capaz de decirnos jamás.

    Feliz Navidad.

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  2. Gracias Jose por tu enriquecedora aportación. Feliz Navidad.

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  3. Pimero de todo, me alegra tu vuelta, bienvenido. Cualquier forma de expresión puede servir para las más bellas manifestaciones, en cualquier lugar y situación, jamás hay que menospreciar, sería mejor valorar en su justa medida. Salud
    Felices fiestas y buen 2019

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  4. Primero de todo me alegra tu regreso. Bienvenido!
    Después de leer el relato me reafirmo más en lo importante que es no hacer juicios de valor antes de ver los resultados. Cualquier forma de expresión puede ser una hermosa creación, solo habrá que saber valorar.
    Felices fiestas y buen año 2019. Salud

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  5. Como siempre, me siento muy feliz de contar con tus comentarios, que aportan tu riqueza a cuanto escribo y tú lees. Un abrazo muy fuerte y todo lo mejor sin fechas ni límites.

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  6. Me has provocado las ganas de verla. Excelentes palabras, como siempre. Feliz 2019.

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  7. La película es extraordinaria, pero mi pequeño relato solo toma la figura del "maestro itinerante", pero no tiene nada más que ver con el argumento de la película. Si puedes, no dejes de verla y te encantará. Un gran abrazo y muchas gracias por tu atención.

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