Las palabras aladas
A media mañana, la plaza Yamaa el Fna, de Marrakech, era un hermoso hervidero. El humo y el olor de los asadores de carne se expandían a sus anchas, y el dorado de los pescados fritos expuestos al sol los hacía parecer piezas de orfebrería. Los tenderetes de frutas, de verduras y de baratijas, de cueros y babuchas, de pañuelos y pasamanerías se volcaban a la luz. A la vez, los cubículos de los barberos, sanadores y dentistas, los músicos ambulantes, los acróbatas y los encantadores de serpientes aportaban un colorido, una sonoridad y un aroma a un espacio que, cada día, se convertía en incomparable. Las terrazas del Café de France, L´Alhambra o Glacier, exhibían a sus habituales ociosos. Salpicados, por aquí y por allá, se veían turistas de miradas encendidas de incredulidad y emoción. Todo ello, era como un apasionado cinturón que se empeñara en preservar el prodigio.
El narrador de historias evolucionaba con ampulosos
ademanes, abría con desmesura sus ojos o
los entornaba, pronunciaba las palabras con contundencia o susurraba su
narración como con un vientecillo que buscara esconderse. Un grupo de
soñadores lo seguía con claro embeleso. El muchacho se acercó. Sus dieciséis
años, vestidos con el blancor de su chilaba recién planchada, lo hacían parecer
como fulgurante de plata. De inmediato, se emocionó con la historia que el relator les estaba
contando. Al parecer, las hermosas palabras de amor, si era puro, podían volar
como mariposas blancas con libertad desde el soplo del enamorado hasta las
preciosas manos de la amada. Bahssin
abrió los ojos y la boca con enorme sorpresa, pero también su mente y su
emoción. Metió la mano en su bolsillo y palpó las monedas que llevaba. Su
corazón le dio un salto.
Un poco más allá, el escritor de
mensajes estaba sentado en el suelo, guarecido del sol, bajo su enorme paraguas
negro. Sus útiles de escribir bien ordenados. Bahssin sabía escribir, pero una bella caligrafía era como dotar de alas a las palabras. Mordiendo su impaciencia, el
muchacho esperó a que el escribano terminara un documento legal para un
demandante. Cuando llegó su turno, le preguntó si podía escribirle el cuento de
las palabras bellas que eran capaces, como mariposas blancas, de volar sin
ninguna barrera. El hombre lo conocía bien. Ajustaron el precio y esperó con sofocado anhelo. Trazos preciosos fueron posándose sobre el limpio papel.
Su vecina Aisha tenía sólo doce
años pero Bahssin no podía dejar ni un
momento de pensar en ella. Solo podía verla desde su terraza cuando ella salía
a su patio, pero eso le había sido suficiente para enloquecer. No podía dormir,
ni rezar, ni razonar, ni siquiera comer pensando en ella. Cuando tuvo la carta perfumada,
pagó el trabajo, la guardó en su pecho y se fue a su casa con celeridad y emoción. Esperó
todo el día al acecho, también casi toda la tarde. Cuando, por fin, vio a Aisha
salir a su patio, rompió la carta en trocitos, chistó envuelto en rubor para
que ella levantara la vista, y entonces aventó los pedacitos que tenía en el
cuenco de sus manos. Fue, en verdad, una lluvia preciosa de flores de jazmín.
De inmediato, se escondió. Observó cómo ella los iba reuniendo, uno a uno, con
sus preciosas manos decoradas con henna,
cogiéndolos del suelo, de su pelo, de entre las plantas y la ropa tendida, del
lomo de su gato...
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Pablo se emocionó al ver en su teléfono que
Raquel lo llamaba. La noche anterior, tras mucho tiempo de amor sincero y encendido anhelo, al
fin, habían tenido el encuentro íntimo que los dos deseaban. Y había sido algo
realmente magnífico. Contestó pletórico. Al otro lado, ella, no podía articular
palabra. Pablo creyó ahogarse de incertidumbre y dolor.
Al fin, ella, le dijo: “Pablo,
alguien nos ha grabado y lo están difundiendo. Todo el Instituto lo tiene”.
J. Yáñez.
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Redes Sociales. Usuarios activos
Facebook: 2.100 millones.
WhatsApp: 1.300 millones.
YouTube: 1.100 millones.
Instagram: 800
millones.
“Las
plataformas engañan a los usuarios, ya que manipulan su atención, la redirigen
hacia objetivos comerciales propios, y diseñan deliberadamente los servicios
que ofrecen para que sean adictivos. Hay parecidos inquietantes con las
empresas de juegos de azar.
Los
monopolios de Internet no tienen ni la voluntad ni el interés de proteger a la
sociedad de las consecuencias de sus acciones. Eso los convierte en una amenaza
pública”
(George Soros, El País 18-2-18)
Que bonito!!!
ResponderEliminarNo oire nunca a ese Narrador de cuentos de tu historia, pero dudo que me emocionara tanto como los tuyos.
Un beso enorme
Lo mío es algo muy sencillo. Aquél lugar reúne todos los ingredientes de la auténtica magia. Un abrazo y muchas gracias.ufff
ResponderEliminarDe la fantasía e ilusión de los narradores de cuentos a las Serpientes Monopolios que nos deboran. Buen relato.
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