Foto: Pedro Tejedor Martín "Monasterio de Batlha", Portugal (23.9.2015)
La esperanza,
una afección endémica.
Decir que la vida es un trayecto no deja de
ser una perogrullada, pero lo es. Todo trayecto entraña un camino, una sucesión
de pasos; pero también una acumulación de imágenes, sensaciones, vivencias,
esfuerzos, incertidumbres, retos, camaradas de rutas y fatigas; lugares
desconocidos a los que se llega, y lugares descubiertos que hay que dejar
atrás. Así, poco a poco, uno va llenando la mochila personal de su existencia
de gozos, dolores, y de arrugas. Porque vivir no es, al final, sino ir
acumulando equipaje. Y ese equipaje, al principio, puede ser un tanto cómodo y tolerable,
pero, cuando los años se van apilando, su volumen y, sobre todo su peso, puede
llegar a ser excesivo e incómodo. Es entonces cuando uno compara la liviandad
de la lozanía con la sobrecarga de la senectud.
Llegando a cierta edad -al menos así lo
pienso yo- se tiende, de manera casi involuntaria, a hacer recuento. Debe ser
que uno va sustituyendo los proyectos y las quimeras por los recuerdos y las
evocaciones. Hay quien -gloriosamente- le echa redaños al asunto y se traviste
de bríos juveniles, se embriaga de hiperactividad y se apunta a todo lo que le
pasa por delante, con una furia desmedida. Tal vez, ello, con una fiereza muy
superior a la que tenía en sus tiempos de mocedad, inexperiencia y disloques.
Hay quien por el contrario frunce el ceño, se sirve la copa de la bilis y se dispone
a ir bebiéndosela, mientras se deja encharcar y apabullar el alma arrellanándose
en el sillón de la doliente espera. ¿Pero, cuál de las actitudes es la oportuna?
Pues, vaya usted a saber; la que a cada cual le pida o le permita el cuerpo, o
el alma o lo que sea “eso” que uno tenga llegado a esas remotas latitudes.
A mí me gustaría aprender a mirar con
serenidad atrás y adelante. Aprender a palparme el cuerpo y convencerme a mí
mismo -terco irreductible- de que soy el que soy y no el que sigo empeñándome en fantasear. Aprender a darme
pellizcos cariñosos en el alma que me permitan calibrar con aceptación lo que
pudo ser y no fue, lo que mi “viaje a Itaca”
me ha supuesto, y lo que la serenidad del amanecer de cada día y su anochecer
pueden seguir regalándome tan dadivosamente. A mí me gustaría empeñarme, de una
vez por todas, en afianzarme en el sosiego, y no pendular de la euforia al
desánimo. A mí me gustaría… aprender a callar y a ser un dócil espectador que
acepta la nimiedad y finitud a las que han de reducirse, inexorablemente, sus desasosegados
esfuerzos.
Mientras tanto leo, escucho sonidos, paseo
con mi perro, convivo con quienes se han querido quedar a mi lado, y trato de
soportar la gran “barbaridad” del momento histórico que nos está tocando
presenciar y vivir. Los amigos son pocos. Tal vez mis méritos hayan sido
escasos en su obtención. Hay quien ha llegado y ha pasado de largo; adelantándome
unos por la izquierda, otros por la derecha. Con algunos he vivido momentos
entrañables, y disfrutado de conversaciones fructíferas y cálidas que han
dejado estelas imborrables de afecto. Pero también ha habido quien ha llegado, embaucado,
mentido y estafado, expoliándome algo mucho más importante que lo material; la
fe en la vida y la confianza en la gente. Tras estos me ha quedado la
desolación, el abandono y el desencanto. (Estoy seguro que es algo que nos ha
pasado, de uno u otro modo, a todos).
Pese a ello, cada
día busco una brizna de afecto, un soplo de confianza y una pizca de “ese no sé
qué” que nos hace vivir y seguir alentando. La esperanza es una afección de la
que -gracias a no sé quién- no nos curamos nunca.
J.Y.
Viaje a Itaca, de Constantin Kaváfis
(tomado de https://www.youtube.com/watch?v=m8GBAJmSIdM)
Pocas veces pude sentirme más cercano a un comentario o una opinión que en esta ocasión.
ResponderEliminarGracias.
No dejas de sorprenderme y deduzco por tus textos que tu viaje a Itaca no ha concluido, sigues tan activo y lúcido como Odiseo. Espero sigas siendo farol guia en estos intranquilos y sombrios mares. Tu Itaca sigue esperando. Salud
ResponderEliminarMuchas gracias a quienes comentáis. El camino, a veces muy oscuro, necesita de la luz que cada cual podamos aportar, para seguir adelante en ese siempre tortuoso pero espléndido camino a nuestras respectivas Ítacas. Un gran abrazo.
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