(Zarandeando
España, desatendiendo Cataluña y aburriendo al resto).
Nunca he sido ni entonador de himnos ni entusiasta
de trapos de colores, más o menos vistosos, colgados de los mástiles y agitados
al viento. Nunca he sido de chovinismos ni patrioterías nostálgicas y
trasnochadas, ni de fanfarrias militares, ni de sangre con Rh- elitista y discriminatorio
o de ácido desoxirribonucleico (ADN) selectivo y
excluyente. A pesar de ello, jamás me he sentido desarraigado de mi tierra, ni impasible
a sus logros y éxitos, y sí íntimamente solidario con los míos, con nuestro
pasado común y nuestra historia. Simplemente creo, desde hace mucho tiempo, en
ideas sencillas: que es mejor unir que separar, que la solidaridad es un
sentimiento superior a la insolidaridad, que quien más tiene debe aportar más al
conjunto como una fórmula fácil y directa de justicia social, que la empresa
humana tiende (aunque los retrógrados se obstinen en lo contrario) a borrar
fronteras, a rellenar zanjas y cortar alambradas; que nada es exclusivamente
mío, ni la tierra en que vivo, ni el pan que como, ni el aire que respiro, ni el sol que me
alumbra o me calienta. Sólo creo que mi patria es el mundo y mi gente la
humanidad entera.
Tal vez, desde esta simplicidad de planteamiento mío, me resulta muy
difícil comprender tozudeces cismáticas, terquedades férreas para obtención de poder
a cualquier coste o precio, aceptaciones sonrojantes de humillación obscena, o compañías
de viaje variopintas, truhanescas e hipócritas. A la vez observo cómo, para remendar
estos trapos y andrajos se enmarañan ideas, se retuercen principios, se amañan
voluntades, se confunden criterios, y se pactan opciones pasmosas, o cuadernos
de viaje que parecen guiones salidos de la irrealidad onírica de una noche de
farra y burdo botellón. Todo se resume, pues, en un tótum revolútum
que nadie reconoce.
Ante
tal situación extravagante y grotesca, sólo se me
ocurre preguntarme -ingenuo de mí a pesar de mis años- qué se esconde o
pretende camuflarse tras tanto disfraz estrafalario o tanto texto o argumento
fatuo. Porque no hay duda que semejante desvarío no puede ser sino exponente o antifaz
de algo que es preciso ocultar al vil y torpe populacho (Así es como nos
consideran a “los abajo firmantes” o, mejor dicho: a sus fervorosos y sumisos votantes).
No me corresponde a mí poner soeces adjetivos ante tanta tropelía
(aunque bien me quedo con las ganas). No me corresponde a mí levantar más
enaguas o descender más calzones y dejar a los impúdicos comicastros con sus
vergüenzas al insultante aire. Sea cada cual de vosotros quien remate esta
reflexión que yo solamente inicio. Lo mío es traer la candela. En cuanto a la hoguera,
que cada cual atice la suya si es que quiere y hasta donde le parezca que debe
llegar su personal fogata.
Únicamente remataré diciendo que se empezó con un despropósito
desatinado y retrógrado, se continuó con un sainete hilarante y bufonesco, y se
ha rematado (si es que se ha rematado) con un esperpento que don Ramón
María del Valle-Inclán bien hubiera firmado.
(Final de la escena undécima, de
la obra “Luces de Bohemia”, de R.M del Valle-Inclán)
Max: - Latino,
ya no puedo gritar… ¡Me muero de rabia! … Estoy mascando ortigas. Ese muerto
sabía su fin… La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de
España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza… ¿Has oído los
comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como ellos. Peor que ellos,
porque no tienes una peseta… llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte en un
vuelo.
Don Latino: - ¡Max, no te pongas estupendo!”
j. yáñez
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