viernes, 8 de enero de 2016

(51) (8-1-2016) Políticos catalanes ¿disparate, sainete o esperpento?



(Zarandeando España, desatendiendo Cataluña y aburriendo al resto).


 Nunca he sido ni entonador de himnos ni entusiasta de trapos de colores, más o menos vistosos, colgados de los mástiles y agitados al viento. Nunca he sido de chovinismos ni patrioterías nostálgicas y trasnochadas, ni de fanfarrias militares, ni de sangre con Rh- elitista y discriminatorio o de ácido desoxirribonucleico (ADN) selectivo y excluyente. A pesar de ello, jamás me he sentido desarraigado de mi tierra, ni impasible a sus logros y éxitos, y sí íntimamente solidario con los míos, con nuestro pasado común y nuestra historia. Simplemente creo, desde hace mucho tiempo, en ideas sencillas: que es mejor unir que separar, que la solidaridad es un sentimiento superior a la insolidaridad, que quien más tiene debe aportar más al conjunto como una fórmula fácil y directa de justicia social, que la empresa humana tiende (aunque los retrógrados se obstinen en lo contrario) a borrar fronteras, a rellenar zanjas y cortar alambradas; que nada es exclusivamente mío, ni la tierra en que vivo, ni el pan que como,  ni el aire que respiro, ni el sol que me alumbra o me calienta. Sólo creo que mi patria es el mundo y mi gente la humanidad entera.


Tal vez, desde esta simplicidad de planteamiento mío, me resulta muy difícil comprender tozudeces cismáticas, terquedades férreas para obtención de poder a cualquier coste o precio, aceptaciones sonrojantes de humillación obscena, o compañías de viaje variopintas, truhanescas e hipócritas. A la vez observo cómo, para remendar estos trapos y andrajos se enmarañan ideas, se retuercen principios, se amañan voluntades, se confunden criterios, y se pactan opciones pasmosas, o cuadernos de viaje que parecen guiones salidos de la irrealidad onírica de una noche de farra y burdo botellón. Todo se resume, pues, en un tótum revolútum que nadie reconoce.


Ante tal situación extravagante y grotesca, sólo se me ocurre preguntarme -ingenuo de mí a pesar de mis años- qué se esconde o pretende camuflarse tras tanto disfraz estrafalario o tanto texto o argumento fatuo. Porque no hay duda que semejante desvarío no puede ser sino exponente o antifaz de algo que es preciso ocultar al vil y torpe populacho (Así es como nos consideran a “los abajo firmantes” o, mejor dicho: a sus fervorosos y sumisos votantes).


No me corresponde a mí poner soeces adjetivos ante tanta tropelía (aunque bien me quedo con las ganas). No me corresponde a mí levantar más enaguas o descender más calzones y dejar a los impúdicos comicastros con sus vergüenzas al insultante aire. Sea cada cual de vosotros quien remate esta reflexión que yo solamente inicio. Lo mío es traer la candela. En cuanto a la hoguera, que cada cual atice la suya si es que quiere y hasta donde le parezca que debe llegar su personal fogata.

Únicamente remataré diciendo que se empezó con un despropósito desatinado y retrógrado, se continuó con un sainete hilarante y bufonesco, y se ha rematado (si es que se ha rematado) con un esperpento que don Ramón María del Valle-Inclán bien hubiera firmado.

               (Final de la escena undécima, de la obra “Luces de Bohemia”, de R.M del Valle-Inclán)      

Max: - Latino, ya no puedo gritar… ¡Me muero de rabia! … Estoy mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin… La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza… ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta… llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte en un vuelo.

Don Latino: - ¡Max, no te pongas estupendo!”                                                                       
   j. yáñez

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