sábado, 16 de diciembre de 2017

(57) (16.12.2017) La estéril crueldad







La estéril crueldad

 Las tardes eran ya templadas. Una luz tenue iba dorando las paredes de adobe de la vieja madrasa. El coro monótono de los muchachos y su incesable vaivén mecían el ambiente adormeciéndolo. El ulema, desde el negro rigor de su rostro, su barba y su turbante levantó autoritario su mano y, como por un ensalmo, todo se detuvo: cantinelas, movimientos y hasta el mismo suspirar del aire. En su interior, los chicos esbozaron una velada sonrisa. Aquel día el hafiz había terminado. La memoria podía tenderse ya en la estera apacible del descanso.
En un momento todos salieron de estampida al gran patio. Una nube de polvo rojizo les recibió complacida, a la vez que sus gritos, carreras, empujones y alegrías lo invadieron todo poniendo un punto de vida irrefrenable  en medio de la tarde que se iba apagando.



De pronto, uno de los chiquillos arrebató el kufi-cap a otro y lo tiró hacia arriba tan alto como pudo. El gorro se elevó entre la algarabía de los demás que cooperaron entusiasmados a la chanza. Todos estaban concentrados en ello hasta que uno señaló con su dedo más arriba y más lejos. Una banda de grullas se acercaba majestuosa dibujando en el cielo bruñido la ordenada flecha de su viaje. Las aves transmigraban a las tierras del norte. Sin duda el calor sofocante estaba a punto de llegar.
Absortos, olvidaron el gorro, que retornó a su dueño como un guiñapo dócil y sin vida. Mientras, uno de los muchachos gritó: “allí”. Y todos siguieron la señal imperiosa de su dedo. La última de las aves iba perdiendo altura. Su vuelo no era firme. Y la distancia que la separaba de las demás cada vez era más dilatada. Al fin cayó a tierra. Todos la acorralaron gritando y dando saltos de alegría. Un momento después, sujeta por un cordel por una pata, era obligada a volar y detenerse, siendo objeto de la más terrible y cruel de las orgías. Estaba aterrorizada.
Ante tanto revuelo, el ulema, salió despavorido. Algo terrible sucedía. Y era así. Entonces  su voz tronó dejando a los muchachos como petrificados. Les arrebató el ave y la liberó de  su hiriente lazo. Le dio agua y demandó un puñado de grano que le trajeron inmediatamente. Después la dejó tranquila bajo el cobijo de un cesto y disolvió malhumorado a la jauría.


Toda la noche estuvo inquieto el maestro, reflexionando sobre la crueldad de sus alumnos, El Gran Profeta no había enseñado eso sobre el trato a los animales. A media noche dio con la solución; entonces descansó sereno.
 Los plásticos eran una maldita plaga, lo invadía todo afeando y degradando su hermoso país.
Al día siguiente, terminada la primera sesión de hafiz, mandó a los chicos que salieran al patio ordenadamente. Les sentó en un círculo. Y con dos cañas muy delgadas, una bolsa de plástico abierta y la cuerda del día anterior pero con varios lazos, les enseñó a hacer una cometa.
Desde aquel día, los muchachos de Afganistán cubren el cielo azul de su país con sus  pájaros de colores y compiten por ver cuál de ellos es capaz de volar más y más alto, pero sin crueldad.

j. yáñez.                                                                                       Navidad, 2017